-¿Verdad que sí? -dijo la señora Widdup-.
El aire está realmente tibio. Y hay letreros anunciando que se vende
cerveza en todas las esquinas. Y el parque está amarillo y rosado y azul
de flores, y siento punzantes dolores en las piernas y en el tórax.
-"En primavera -citó el señor Coulson,
retorciéndose el bigote- la imaginación de un hombre se vuelve
fácilmente hacia los pensamientos de amor."
-¿Verdad? -exclamó la señora Widdup-. Eso
parece estar en el aire.
-Señora Widdup, esta casa sería solitaria sin
usted -continuó el viejo Coulson-. Soy... soy viejo, pero tengo una
respetable suma de dinero. Si medio millón de dólares en
títulos del gobierno y el sincero afecto de un corazón que, aunque
no late ya con el primer ardor de la juventud, puede palpitar aún con un
auténtico ...
El sonoro estrépito de una silla derribada cerca de la
puerta de vidriera del cuarto contiguo interrumpió a la venerable y
confiada víctima de mayo.
Entró con grandes pasos la señorita Van Meeker
Constantia Coulson, huesuda, alta, nariguda, frígida, bien nutrida, de
treinta y cinco años, y se caló unos impertinentes. La
señora Widdup se inclinó precipitadamente y arregló los
vendajes del pie gotoso del señor Coulson.
-Creí que Higgins estaba contigo -dijo la
señorita Van Meeker Constantia.
-Higgins ha salido -explicó su padre-. Y la
señora Widdup atendió el llamado. Ya estoy mejor, señora
Widdup, gracias. No. No necesito nada más.
El ama de llaves se retiró, encarnada como una amapola,
bajo la fría e inquisitiva mirada de la señorita Coulson.
-Este tiempo primaveral es hermoso ... ¿verdad, hija?
-dijo el viejo, afectado y comprensivo.