De pronto, se acordaron de Bogatyr, y todos prorrumpieron en
unánime grito:
¡Ven aprisa, Bogatyr, ven aprisa!.
Y entonces aconteció algo prodigioso: Bogatyr no se
removió siquiera. Como hacía mil años, permanecía
con la cabeza inmóvil, mirando al sol con ojos ciegos, pero no lanzaba ya
aquellos potentes ronquidos que hicieron estremecer un día a la madre
selva, verde y frondosa.
En aquel instante se acercó al tronco Iván el
Tonto, abrió un agujero de un puñetazo y miró dentro: los
reptiles se habían comido todo el cuerpo de Bogatyr, hasta el mismo
cuello.
¡Duerme, Bogatyr, duerme!