Otro año, las ciudades y las poblaciones eran destruidas
por los incendios, y quedaban las gentes sin hacienda ni hogar, sin ropa ni
sustento; suponían: "Ahora, vendrá Bogatyr y remedará
las necesidades de la gente del pueblo", pero él seguía
durmiendo dentro del tronco hueco.
Resumiendo: durante aquellos mil años, todas las plagas
se habían abatido sobre el país, sin que Bogatyr hubiera aguzado
el oído ni abierto un ojo una sola vez para saber por qué
gemía la tierra por doquier con doloroso alarido.
¿Qué clase de Bogatyr era aquél?
Mucho había sufrido y soportado aquel país, pero
tenía una fe grande, inextinguible. Lloraba y creía; suspiraba y
creía. Creía en que, cuando se cegase la fuente de las
lágrimas y los suspiros, Bogatyr elegiría un momento propicio y lo
salvaría. Y llegó el momento, pero no aquel que esperaban los
vecinos. Se alzaron en armas los enemigos y cercaron el país donde
Bogatyr dormía dentro del tronco hueco. Y directamente se dirigieron
todos hacia él. Primero, se acercó uno, con cuidado: allí,
en el hueco, olía muy mal; se aproximó otro y percibió
también un fétido olor. "¡Resulta que Bogatyr
está podrido!", exclamaron los enemigos y se abalanzaron sobre el
país.
Los enemigos eran crueles e implacables. Quemaron y destruyeron
todo con cuanto tropezaron en su camino, vengándose de aquel
ridículo miedo secular que les infundiera Bogatyr. La mísera
gente, al ver aquellas calamidades, echó a correr alocada y
lanzóse al encuentro de los enemigos, pero observó que no
tenía nada con qué recibirles.