Y todos andaban de puntillas en derredor y repetían en
susurro: "¡Duerme, Bogatyr, duerme!"
Pasaron cien años; luego, doscientos, trescientos... Y
cuando quisieron darse cuenta, ya había transcurrido mil años. El
caracol se había deslizado y deslizado, y por fin a su destino
había llegado. El alionín sé había jactado sin
cesar, pero sin cumplir su promesa, de secar el mar. Al mujik lo habían
exprimido durante siglos enteros hasta sacarle el jugo del cuerpo: ¡Ay,
mujik! ...
Todo lo habían ya hecho y acabado; se habían
desplumado unos a otros a más y mejor. Y Bogatyr continuaba durmiendo en
el tronco hueco, fijos en el sol los ojos ciegos, lanzando a cien verstas a la
redonda sus atronadores ronquidos.
Largo tiempo estuvieron los enemigos observando, largo tiempo
pensando: ¡Poderoso debería ser aquel país, cuando les
infundía miedo Bogatyr sólo con dormir en su tronco hueco!
Sin embargo, poco a poco, empezaron a cavilar; recordaron las
muchas veces que habían asolado aquel país enviándole
terribles calamidades, sin que Bogatyr hubiera acudido nunca en ayuda de sus
míseras gentes.
Un año, aquellos míseros hombres se peleaban
entre ellos mismos, unos con otros, como bestias feroces, y perecía en
vano mucha gente. Amargas penas pasaron los viejos en aquel tiempo, amargos
fueron sus clamores: " ¡Ven, Bogatyr, pon a nuestros males remedio!
Pero él continuaba durmiendo en su agujero. Otro año, el calor
agostaba todos los campos, en los que el pedrisco también hacía
estragos; pensaban que Bogatyr vendría a dar pan a la gente dei pueblo,
pero él continuaba metido en su agujero.