https://www.elaleph.com Vista previa del libro "El Teniente Darcourt" de Alberto Délpit | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Domingo 28 de abril de 2024
  Home   Biblioteca   Editorial   Libros usados    
¡Suscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
Páginas (1)  2 
 

PRIMER EPISODIO

I

La ventana del primer piso se entreabrió y Clemencia agitó alegremente su pañuelo, gritando :

-¡Buen día, Esteban! ¡Ven, ven pronto, estoy sola!

Una voz clara contestó desde el otro lado de la reja del jardín :

-¡Buen día, Clemencia! ¡La llave no está en la cerradura! ¡Voy a saltar el cerco como un ladrón!

La joven se echó a reír y permaneció inclinada en la ventana, como si quisiera ver más distintamente a través del follaje de los grandes árboles.

La casa era pequeña, pero elegante : una quinta que parecía un cottage.

Medio perdida entre la yedra y la clemátide, alzábase, en la parte más alta del pueblo de Louveciennes, sobre el camino de San Germán a Versalles, precisamente enfrente del acueducto. La cabeza de la joven, quedaba graciosamente encuadrada por un marco de verdes hojas y de plantas rampantes.

¡Qué preciosa criatura !... Clemencia Aubry tenía diez y ocho años. Rubia, de un color que tiraba un poco al rojo, parecía escapada de un cuadro de Greuze. Los ojos azules y muy grandes, iluminaban su rostro fino y distinguido, realzado por un cutis fresco, igual a. nácar un poco rosado.

Clemencia, abandonó la ventana y bajó al jardín para salir al encuentro de Esteban. Era alta y bien formada ; la soltura armoniosa de sus gestos hubiera seducido en seguida a un escultor o a un pintor.

-¡Ya ves, he saltado como un gamo! -dijo el joven que llegaba corriendo.

Esteban Darcourt llevaba el uniforme de alférez de navío. Acababa de ser ascendido a, ese grado, muy joven, a los veinticuatro años, después de una campaña brillante en el Senegal como segundo a, bordo del Aspic. Este joven elegante y delgado, con sus ojos y sus cabellos renegridos, gustaba en seguida por su franqueza y lealtad. Un poco delgado, como todos aquellos que se entregan a, ejercicios violentos, era ágil fuerte, con una vivacidad de movimientos algo brusca. Cuando encontró a Clemencia en un rincón del jardín lleno de rosas, lá besó en la frentes.

-¡Al fin, amada mía, te encuentro sola! ¡Se ha dado el caso de que miss Drake no esté, aquí! ¿Sabes, Clemencia, que tienes un aya, muy fastidiosa?

-Te adora y sólo te llama su joven amigo.

-¡Lo pasaría muy bien sin su adoración! En cuanto quiero hacerte un cariño o hablarte con efusión, adopta un tono severo y me llama al orden. Me parece que bien puedo ahora besarte, pues estaremos casados dentro de seis semanas. ¡El 10 de junio de 1873!

-¡Querido Esteban, cuánto te quiero!

Estaban sentados en un banco, amparados por la, sombra de unos plátanos. Perfumes y canciones de primavera los saturaban en aquella hermosa mañana. En el fondo, los bosques de Marly se extendían graciosamente, arrojando sobre el paisaje el tono violento de sus hojas verdes y azules. Detrás de las rejas corría la ancha carretera bañada por el sol, y a, derecha é izquierda del camino hermosas casas de campo semiperdidas entre el follaje y las flores. Más abajo, las casas de Louveciennes escalonadas extrañamente. ` En mitad de la cuesta, y un poco más allá, dominando el camino carretero de Bougival, divisábase la pequeña iglesia con sus muros blancos y su techo de pizarra que amenazaba al cielo con la -punta aguda de su campanario.

Los pájaros cantaban como si quisieran dar, la bienvenida a los novios.

La Naturaleza, rejuvenecida por el suave calor de los últimos días de mayo, sonreía. De, cuando en cuando, una brisa que venia de la colina agitaba las ramas de los árboles.

-¡Qué hermoso día para hablarse de amores! -dijo Esteban apretando cariñosamente las manos de su novia. -¿Sabes que hace ya tres meses que nos conocemos?

Me acuerdo de esa noche como si fuese ayer. Tú habías ido a Cherbourg, a casa de tu vieja prima la señora Milwert. Esta había recibido la víspera una invitación del almirante. ¡Qué excelente persona! ... ¡Qué buena idea tuvo de dar un baile en la Prefectura marítima, justa mente dos días después de tu llegada! Me acuerdo perfectamente que estuve a punto de excusar mi asistencia a esa fiesta..

-¡Perezoso! -murmuró Clemencia sonriéndose.

-¿Vas a regañarme? En aquel momento yo ignoraba que existiera una señorita llamada Clemencia Aubry. Después de comer, quise irme a mi casa. ¿ Qué me importaba el baile de la Prefectura ?... Fue mi camarada Maigrait que me obligó a vestirme y a ir a la fiesta del almirante.

-¡Una linda jugada de tu compañero! -replicó la joven moviendo coquetamente la cabeza.

-Me paseaba, un poco aburrido, por los salones, cuando me dio la ocurrencia de entrar en el jardín de invierno. Una vez allí, sólo tuve ojos para ti...

-¡Querido Esteban!

-Estaba, sentada cerca de una gran planta, de geranios ; y me pareció que no te divertías. mucho. Tu traje era precioso. Llevabas un vestido de muselina blanca con un cinturón azul. Ni una joya. En tus cabellos, una sola, flor, una rosa puesta allí un poco inclinada la derecha.

Al verte casi di un grito. Pregunté al ayudante del almirante quién eras tú, y me contestó : «No sé, es una parisiense que ha venido a pasar unos días solamente.»

Entonces me presenté yo mismo, y te rogué, me concedieras un vals...

-Y yo contesté : «¡Con mucho gusto, caballero!» Tanto más que no habla bailado en ,toda la noche, y te confieso que adoro el vals. Después de haber bailado, nos sentamos... Te pregunté detalles de tus viajes, y me hablastes del crucero que habías hecho alrededor del mundo en calidad de guardia marina, de tu campaña en el Senegal... Y había tanta poesía en tu lenguaje y tu voz era tan dulce, que yo te escuchaba muda y encantada...

-Yo, al hablarte, te devoraba con los ojos. Y cuanto más te miraba, más sentía que el invencible amor penetraba en mi corazón. Sentía que acababa de hallar la mujer, la amiga que me ayudaría a encontrar menos penoso y menos doloroso el camino de la vida. En cuanto uno es hombre, se piensa y se sueña con esa compañera desconocida con la cual se tropezará, tal vez más tarde. TÚ, tú eres el ideal de mi sueño. Cuando nos separamos aquella noche, me pareció que estabas un poco triste...

 
Páginas (1)  2 
 
 
Consiga El Teniente Darcourt de Alberto Délpit en esta página.

 
 
 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
El Teniente Darcourt de Alberto Délpit   El Teniente Darcourt
de Alberto Délpit

ediciones elaleph.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.
 
 
 

 



 
(c) Copyright 1999-2024 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com