Había algo en el tono de esta carta que me produjo una gran
inquietud. El estilo difería en absoluto del de Legrand. ¿Con qué podía él
soñar? ¿Qué nueva chifladura dominaba su excitable mente? ¿Qué "asunto de la más
alta importancia" podía él tener que resolver? El relato de Júpiter no
presagiaba nada bueno. Temía yo que la continua opresión del infortunio hubiese
a la larga trastornado por completo la razón de mi amigo. Sin un momento de
vacilación, me dispuse a acompañar al negro.
Al llegar al fondeadero, vi una guadaña y tres azadas, todas
evidentemente nuevas, que yacían en el fondo del barco donde íbamos a navegar.
-¿Qué significa todo esto, Jup?-pregunté.
-Es una guadaña, massa, y unas azadas.
-Es cierto; pero ¿qué hacen aquí?
-Massa Will me ha dicho que comprase
eso para él en la ciudad, y lo he pagado muy caro; nos cuesta un dinero de mil
demonios.
-Pero, en nombre de todo lo que hay de misterioso, ¿qué va a
hacer tu "massa Will" con esa guadaña y esas azadas?
-No me pregunte más de lo que sé; que el diablo me lleve si lo
sé yo tampoco. Pero todo eso es cosa del escarabajo.
Viendo que no podía obtener ninguna aclaración de Júpiter, cuya
inteligencia entera parecía estar absorbida por el escarabajo, bajé al barco y
desplegué la vela. Una agradable y fuerte brisa nos empujó rápidamente hasta la
pequeña ensenada al norte del fuerte Moultrie, y un paseo de unas dos millas nos
llevó hasta la cabaña. Serían alrededor de las tres de la tarde cuando llegamos.
Legrand nos esperaba preso de viva impaciencia. Asió mi mano con nervioso
empressement que me alarmó, aumentando mis sospechas nacientes. Su cara
era de una palidez espectral, y sus ojos, muy hundidos, brillaban con un fulgor
sobrenatural. Después de algunas preguntas sobre mi salud, quise saber, no
ocurriéndoseme nada mejor que decir si el teniente G*** le había devuelto el
escarabajo.