Dijo esto sentándose ante una mesita sobre la cual había una
pluma y tinta, pero no papel. Buscó un momento en un cajón, sin encontrarlo.
-No importa-dijo, por último-; esto bastará.
Y sacó del bolsillo de su chaleco algo que me pareció un trozo
de viejo pergamino muy sucio, e hizo encima una especie de dibujo con la pluma.
Mientras lo hacía, permanecí en mi sitio junto al fuego, pues tenía aún mucho
frío. Cuando terminó su dibujo me lo entregó sin levantarse. Al cogerlo, se oyó
un fuerte gruñido, al que siguió un ruido de rascadura en la puerta. Júpiter
abrió, y un enorme terranova, perteneciente a Legrand, se precipitó dentro, y,
echándose sobre mis hombros, me abrumó a caricias, pues yo le había prestado
mucha atención en mis visita anteriores. Cuando acabó de dar brincos, miré el
papel, y, a decir verdad, me sentí perplejo ante el dibujo de mi amigo.
-Bueno-dije después de contemplarlo unos minutos-; esto es un
extraño escarabajo, lo confieso nuevo para mí: no he visto nunca nada parecido
antes, a menos que sea un cráneo o una calavera, a lo cual se parece más que a
ninguna otra cosa que hay caído bajo mi observación.
-¡Una calavera!-repitió Legrand-. ¡Oh, sí Bueno; tiene ese
aspecto indudablemente en el papel. Las dos manchas negras parecen unos ojos,
¿eh? Y la más larga de abajo parece una boca; además, la forma entera es
ovalada.
-Quizá sea así-dije-; pero temo que usted no sea un artista.
Legrand. Debo esperar a ver el insecto mismo para hacerme una idea de su
aspecto.
-En fin, no sé-dijo él, un poco irritado-: dibujo regularmente,
o, al menos, debería dibujar, pues he tenido buenos maestros, y me jacto de no
ser de todo tonto.