-Mi querido Legrand-interrumpí-, no está usted bien, sin duda,
y haría mejor en tomar algunas precauciones. Váyase a la cama, y me quedaré con
usted unos días, hasta que se restablezca. Tiene usted fiebre y...
-Tómeme usted el pulso-dijo él.
Se lo tomé, y, a decir verdad, no encontré el menor síntoma de
fiebre.
-Pero puede estar enfermo sin tener fiebre. Permítame esta vez
tan sólo que actúe de médico con usted. Y después...
-Se equivoca-interrumpió él-; estoy tan bien como puedo esperar
estarlo con la excitación que sufro. Si realmente me quiere usted bien, aliviará
esta excitación.
-¿Y qué debo hacer para eso?
-Es muy fácil. Júpiter y yo partimos a una expedición por las
colinas, en el continente, y necesitamos para ella la ayuda de una persona en
quien podamos confiar. Es usted esa persona única. Ya sea un éxito o un fracaso,
la excitación que nota usted en mí se apaciguará igualmente con esa expedición.
-Deseo vivamente servirle a usted en lo que sea -repliqué-;
pero ¿pretende usted decir que ese insecto infernal tiene alguna relación con su
expedición a las colinas?
-La tiene.
-Entonces, Legrand, no puedo tomar parte en tan absurda
empresa.
-Lo siento, lo siento mucho, pues tendremos que intentar
hacerlo nosotros solos.