Por medio de estos recursos, y haciendo suyas las costumbres y la indumentaria de los gauchos. Rosas ha alcanzado una popularidad sin límites en el país, y por lo tanto, una tiránica ascendencia. Me afirmó un comerciante inglés que habiéndose arrestado a un hombre acusado de asesinato, al preguntársele la causa de su acción contestó: "Habló mal del General Rosas, y por eso lo maté". Una semana después el asesino estaba en libertad. Seguramente fueron los partidarios del General quienes dispusieron esto, y no él mismo.
Conversando con él, Rosas se muestra vehemente, sensato, y extremadamente serio. Lleva su seriedad a límites desusados: una vez escuché la anécdota siguiente de boca de uno de sus bufones (tiene dos de estos histriones, como los barones de antaño: "Tenía muchos deseos de escuchar una determinada pieza de música, de modo que me presenté ante el General dos o tres veces para pedírselo. Me contestó que no le molestara, pues estaba ocupado. Al ir nuevamente, me dijo que sí volvía, me castigaría. Por tercera vez fui a verle, y echó a reír. Salí de su tienda como un rayo, pero ya era muy tarde: les había ordenado a dos soldados que me detuvieran y me estacaran. Rogué por todos los santos del cielo que me perdonara, pero no lo hizo: cuando el General se ríe, no perdona a nadie, ya sea loco o cuerdo". El pobre bufón todavía se estremecía de dolor al recordar el suplicio, Se trata de un castigo muy severo: se clavan cuatro estacas en el suelo y se ata al condenado de pies y manos, dejándolo que se estire allí, en posición horizontal, durante varias horas, al encogerse las correas de cuero fresco con las que se la sujetó. Evidentemente la idea proviene del método generalmente utilizado para secar los cueros. Mi entrevista con Rosas terminó sin haberle visto sonreír, sin embargo obtuve un pasaporte y una autorización para emplear las postas del gobierno, todo lo cual me fue concedido del modo más amable y diligente.