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Permanecimos dos días en el Colorado, durante los cuales poco pude hacer, pues la zona adyacente es un pantano que en diciembre, al llegar el deshielo del verano en la Cordillera, queda inundado por el río. Mi más grande entretenimiento fue el de observar las familias indias cuando venían a comprar artículos de poca importancia al rancho en que estábamos. Se calcula que el General Rosas tenía alrededor de seiscientos indios considerados como aliados suyos. Esta gente era de una raza de estatura elevada y de buena apariencia. Sin embargo fue fácil ver, más adelante, el mismo semblante en los salvajes fueguinos, pero enormemente afeado por el frío, la falta de alimentos, y la Inferior civilización. Algunos autores, al definir las razas principales de la especie humana, han efectuado una distinción, separando estos indios en dos clases, lo que en realidad es incorrecto. Entre las mujeres jóvenes, llamadas "chinas", las hay que merecen hasta ser calificadas como bellas. Su cabello es grueso, pero brillante y negro, y lo llevan en dos trenzas que les llegan hasta la cintura. Su color es bastante oscuro, y sus ojos relucen con fulgor; sus piernas, pies, y brazos son pequeños y bien formados. Se adornan los tobillos, y a veces la cintura, con anchos brazaletes de cuentas azules. Nada pude ver más interesante que algunos de estos grupos familiares. Una mujer con una o dos de sus hijas, por ejemplo, llegaban a menudo a nuestro rancho montadas en el mismo caballo. Cabalgan como los hombres, pero llevan las rodillas más arriba, acaso por estar acostumbradas a viajar en los caballos que llevan la carga. Los deberes de la mujer india consisten en cargar y descargar los caballos, levantar las tiendas por la noche; en una palabra, son esclavas útiles, lo que sucede con todas las mujeres de los salvajes. Los hombres guerrean, cazan, cuidan de los caballos, y fabrican los arreos. Una de sus dos piedras

principales tareas caseras es la de golpea entre sí para redondearlas, con el objeto de fabricar las boleadoras. Con esta importante arma los indios van de cacería no sólo de los animales que utilizan en su sustento, sino también de sus caballos, que corren las llanuras libremente. En la pelea, lo primero que trata es de echar por tierra al caballo de su oponente mediante el uso de las boleadoras, y cuando su adversario está trabado por la caída, entonces trata de matarlo con el chuzo. Si las boleadoras sólo llegan a sujetar el cuerpo o el cuello del animal, suele huir con ellas. y el indio las pierde. Como la tarea de redondear las piedras toma un par de días, su fabricación es una ocupación muy común. Varios de estos indios, tanto hombres como mujeres, usaban el rostro pintado de rojo, pero no vi en ninguno las franjas horizontales que acostumbran pintarse los fueguinos. Su mayor orgullo es el de poseer toda clase de artículos de plata: vi un cacique que usaba espuelas, estribos y freno de plata, y también un cuchillo con el mango de este metal; la cabezada y las riendas eran de alambre de plata, y no más gruesos que la tralla de un látigo. El hecho de ver un caballo tan brioso obedeciendo las órdenes que su amo le trasmitía mediante unos arreos tan delicados, era realmente un ejemplo de notable elegancia en materia de equitación.

 
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