La sensación del viaje está tan fuertemente dada
en algunas de sus novelas, que después de leerlas cuesta esfuerzo
convencerse que no fue uno mismo quien sufrió las peripecias de la
travesía por el archipiélago o el Pacífico, tiempo
atrás, en busca de colmillos de elefante o con un cargamento de arroz y
té destinado a Sambir o a Macassar.
Tiene el don de familiarizar a sus lectores con la vida
exótica de las colonias, de hacer asequible y fácil el viaje
espiritual que se sigue a través de sus páginas, de descubrir la
para nosotros misteriosa vida de esa profusión de razas que pueblan el
sur de Asia.
Los hombres, las plantas, el cielo, la atmósfera, hasta
el agua de los ríos es "distinta" en esas afiebradas tierras de
sol, pero en su estilo claro y neto, lleno de "humor" y altivez, bien
sopesados y dosificados, tenemos la visión perfecta lo que se
conoció y se recuerda. Porque los libros de Conrad, como el recuerdo de
los viajes, son quizá, mejor que los viajes mismos...
Pilar de Lazarreta.