Un empellón lo hizo trastabillar contra el palo de mesana, y se tomó de una maroma. El viejo barco de adiestramiento, encadenado a su amarradero, se estremecía de uno a otro extremo, se bamboleaba con suavidad, de proa al viento, y su escaso velamen canturreaba en un bajo profundo la entrecortada canción de su juventud en el mar.
-¡Arríen!
Vio que el bote, tripulado, descendía con rapidez debajo de la baranda, y corrió tras él. Oyó un chapoteo.
-¡Suelten! ¡Desenganchen las betas!
Se asomó. El río hervía en espumosas franjas. Se pudo ver al cúter, en la creciente oscuridad, bajo el impulso de la corriente y el viento, que por un momento lo mantuvieron clavado, sacudiéndose junto al barco. Una voz que gritaba le llegó, débil:
-¡Remen al compás, cachorros, si quieren salvar a alguien! ¡Al compás!
Y de pronto se levantó de proa y, saltando con los remos en alto sobre una ola rompió el hechizo que le imponían el viento y la marea.
Jim sintió que le apretaban el hombro con firmeza.
-Demasiado tarde joven. -El capitán del barco depositó el freno de su mano en el muchacho, quien parecía a punto de saltar por sobre la borda, y Jira levantó la vista con el dolor de la derrota consciente en la mirada. El capitán le sonrió con simpatía. -Mejor suerte la próxima vez. Eso te enseñará a ser más despierto.
Un agudo grito saludó al cúter. Regresó bailando, semi lleno de agua, y con dos hombres extenuados bañándose en las tablas del fondo. El tumulto y la amenaza del viento y el mar le parecieron entonces despreciables a Jim, y le hicieron lamentar el haberse aterrorizado ante su ineficiente peligro. Ahora sabía qué pensar de él. Le pareció que el ventarrón carecía de importancia. Podía afrontar mayores riesgos, y mejor que nadie. No quedaba ni una partícula de temor. Pero caviló toda la noche, mientras el remero de proa del cúter -un muchacho con una cara como la de una niña y grandes ojos grises- era el héroe del puente inferior. Ansiosos interrogadores se apiñaban a su alrededor. El joven narraba:
-Vi que la cabeza se le asomaba y se hundía, y lancé mi bichero al agua. Se le enganchó en los pantalones y yo casi caí al agua, me pareció que estaba a punto, sólo que el viejo Symons soltó el timón y me agarró de las piernas... El bote casi se inundó. El viejo Symons es un buen tipo. No me molesta que nos gruña. Me maldijo durante todo el tiempo que me sostuvo la pierna, pero esa no era más que su manera de decirme que no soltara el bichero. El viejo Symons es muy excitable, ¿no? No, no el tipo bajito y rubio; el otro, el grande de barba. Cuando lo sacamos gimió: "¡Oh, mi pierna! ¡Oh, mi pierna!" ¿Alguno de ustedes se desmayaría de un golpe de bichero? Yo no. Se le clavó en la pierna hasta aquí. -Mostró el bichero, que había llevado abajo con tal fin, y provocó una gran sensación. -¡No, tonto! No lo sostuvo la carne, sino los pantalones. Mucha sangre, es claro.