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Para los blancos que se dedicaban a los negocios portuarios y los capitanes de barcos, era Jim, nada más. Es claro que tenía otro nombre, pero no quería que se lo pronunciase. Su incógnito, que tenía tantos agujeros como un cedazo, no estaba destinado a ocultar una personalidad, sino un hecho. Cuando el hecho se dejaba ver a través del incógnito, abandonaba de repente el puerto de mar en que se hallaba y se iba a otro, por lo general más hacia el este. Se aferraba a los puertos marítimos porque era un marino exiliado del mar y poseía Capacidad en abstracto, lo cual no sirve para otro trabajo que para el de empleado de puerto. Retrocedía con orden hacia el sol naciente, y el hecho lo perseguía, con negligencia pero de manera inevitable. Así se lo conoció, a lo largo de los años, sucesivamente en Bombay, Calcuta, Rangún, Penang, Batavia; y en cada uno de esos lugares de parada era nada más que Jim, el empleado de puerto. Después, cuando su aguda percepción de lo Intolerable lo apartó para siempre de los puertos y los hombres blancos, y lo hizo internarse inclusive en la selva virgen los malayos de las aldeas selváticas en las cuales elegía esconder su deplorable facultad agregaron una palabra al monosílabo de su incógnito. Lo llamaron Tuan Jim: lord Jim, como quien dice.

Provenía de una parroquia. Muchos comandantes de buenos barcos mercantes salían de esa, moradas de paz y piedad. El padre de Jim poseía de lo Incognoscible un conocimiento tan certero como el que hacía falta para la rectitud de los habitantes de las chozas, sin perturbar la paz espiritual de aquellos a quienes una Providencia que no falla permite vivir en mansiones. La iglesita de la colina tenia el musgoso tono gris de una roca vista a través de una desgarrada cortina de hojas. Se erguía allí desde hacía siglos pero es probable que los árboles que la rodeaban recordasen la colocación de la primera piedra. Abajo, la fachada roja de la rectoría ardía con cálidos tintes en medio de los terrenos con césped, los canteros de flores y los abetos, con un huerto al fondo, una cuadra pavimentada a la izquierda y los vidrios inclinados delos invernaderos apoyados contra una pared de ladrillos. La vivienda había pertenecido a la familia durante generaciones, pero Jim era uno entre cinco hijos, y cuando, luego de un ligero curso de literatura de vacaciones, se declaró su vocación por el mar, se lo envió en el acto a un "barco de adiestramiento para oficiales de la marina mercante".

Allí aprendió un poco de trigonometría, y la manera de usar los juanetes. En general se simpatizaba con él. Tenía el tercer puesto en navegación y era remero del primer cúter.

 
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