Más que nunca recordé el comentario de Aldous Huxley en su
obra Las Puertas de la Percepción, de que los alucinógenos le
hicieron saber cuán solos nos encontramos frente al universo. No
sabría definir ahora si en realidad estoy irremediablemente solo o
acompañado para siempre.
Afuera, nadie más que Rubén Sánchez y uno de sus ayudantes
permanecían custodiando silenciosos la entrada de la Panza de la
Madre Tierra.
Pude salir airoso del viaje. Cuerdo y sano (creo).
Esa noche nos dimos un banquete de tasajo para recuperarnos:
el cual consiste en gruesas tiras de carne secada al sol y salada,
además de la conocida morisqueta: un plato típico de Uruapan, que
consiste en arroz cocido al vapor, con salsa de tomate, crema, caldo
de frijoles y queso.
Al finalizar la experiencia proyecté escribir un libro,
donde se me permitiera narrar la vida y los aprendizajes tanto de
Víctor como de Rubén. Ellos accedieron amablemente. Entonces surgió:
Hombres de a Pie: Dos Maestros del Occidente Mexicano.
Regresé a Uruapan casi un año después a un nuevo temazcal,
con una grabadora portátil y comencé a entrevistar a Rubén y a
Víctor. Para entonces había abandonado mis presunciones
academicistas. Dentro de mí se fusionaban cada vez con menor
conflicto el psicólogo observador de los seres humanos y el
novelista. Me proponía captar al vuelo, en su medio natural a los
sujetos a quienes entrevistaría. En la sala de su propia casa, frente
a unos tequilas y unos tacos de frijoles. De la manera en que los
maestros se sintieran mejor y las historias de sus aprendizajes
vitales fluyeran como aves en pleno
despegue.