Luego Rubén me mandó llamar, me pidió abrir la boca. Colocó bajo mi
lengua un fragmento amargo y fibroso, un diente del Abuelo.
"Mastícalo despacio y luego te lo pasas." Me dijo.
Aún no lo ingería del todo cuando me incliné sobre el lodo,
colocando mi frente sobre la húmeda entrada del Baño Sagrado.
"Permiso para entrar Madre Tierra.." Pronuncié
solemne.
Era la frase clave, el sortilegio que Víctor Fuentes me
indicó recitar antes de introducirme en el Útero Terráqueo.
Los primeros minutos creí que me infartaría. Mi corazón
latía a su máxima capacidad. Sentía mis venas y arterias engrosándose y
dilatándose. El miedo llegó a un umbral de máxima capacidad. Creí que mi
organismo y mi cerebro no lo resistirían. Son muchos a quienes el Abuelito ha
despreciado, traicionándolos, abandonándolos a su suerte en el viaje, en la
esquizofrenia, o por lo menos causándoles un serio malestar estomacal y
vómitos.
Cuando se ingiere al Abuelito, debe serse humilde y
respetuoso con él. Ser guiado de preferencia por maestros versados en sus
caminos alucinógenos y espirituales.
"Si he de morir, será aprendiendo cosas nuevas", me dije.
Luego sobrevino una fase de relajación.
Otro de los guías derramó una jarra helada sobre las
rocas ardientes. El baño se cerró aislándonos en su interior. Un vapor
denso y quemante nos hizo sudar litros de agua y grasa.
Afuera sólo quedaban Rubén y uno de sus asistentes, un
purépecha, el Guardián de la Puerta.
Nos acompañaba el sonido suave y rítmico de tambores,
cánticos purépechas y plegarias cristianas a Jesús y a la Virgen María,
curioso sincretismo indígeno-cristiano.
Al llegar la fase de relajación, cuando el miedo y las
palpitaciones cesaron, escuché una multitud de personas y seres hablando
afuera del Temazcal, diálogos de personas y perros ladrando. Se suponía que
nos encontrábamos en un bosque aislado, densamente poblado de pinos, pero sin
ningún ser humano a la redonda, más que nosotros. Yo sentí que el bosque
hablaba, que multitudes de sujetos conversaban y desfilaban alrededor del
aquel baño. El bosque era una congregación de espíritus animados y
parlanchines que nos acompañaban.