Esto los llenó de admiración y de incertidumbre,
y se sintieron todavía más excitados. Luego la vaca
preguntó:
-¿Qué es un espejo?
-Es un agujero en la pared -dijo el gato-. Miráis en
él, y allí veis el cuadro, y éste es tan delicado y
encantador y etéreo y tan sugerente en su inimaginable belleza, que os da
vuelta la cabeza y casi desfallecéis de éxtasis.
El asno, hasta ese momento, no había dicho nada;
entonces empezó a proferir dudas. Dijo que nunca había habido
antes una cosa tan hermosa y que, probablemente, tampoco la había ahora.
Dijo que cuando se necesitaba una caterva tan grande de adjetivos para ensalzar
la belleza de una cosa había llegado el momento de entrar en
sospechas.
Era fácil de ver que estas dudas ejercían su
efecto sobre los animales, de modo que el gato se alejó ofendido.
El tema fue olvidado por un par de días, pero en el
ínterin la curiosidad fue tomando nuevo impulso, y se produjo un
perceptible revivir de interés. Entonces los animales abrumaron con
preguntas al asno, empujados por el insensato prurito de dañar lo que,
posiblemente, hubiera podido ser para ellos un placer, en base a la mera
sospecha de que el cuadro no era hermoso, sin tener ninguna evidencia de que
ése fuera el caso. El asno no se molestó; estaba calmo, y dijo que
había un solo medio para descubrir quién tenía
razón, él o el gato: iría, pues, al lugar y miraría
en ese agujero, y volvería y les contaría lo que había
encontrado allí. Los animales se sintieron confortados y agradecidos, y
le pidieron que fuera en seguida, cosa que aquél hizo.