Mucho sentí la demasiada reclusión de la casa de doña Vicenta; pero fiaba de su amor que daría traza conveniente para podernos ver, pues donde hay voluntad todo se facilita; procuré saber si en su calle habría alguna posada cerca de su casa donde pudiese estar, que pues no era conocido en esta ciudad de más que Oquendo y las criadas que vinieron con ella de Madrid podría muy bien salir en público sin darme a conocer a nadie. Hice aquella noche la diligencia de buscar casa, y hallé ésta que está pared en medio de la vuestra y tan cerca de la de mi dama, pues si no es vuestra posada no hay otra cosa que las divida; traté de alquilarla esotro día, y asimismo ropa y aderezo, que hallé con facilidad, para su adorno. Y con esto aguardé a ver cómo se disponían las cosas algo celoso de ver el cuidado con que don Jorge, novio que esperaba ser de doña Luisa, le paseaba la calle y servía.
En todo este tiempo no fue posible vernos a solas, solamente gozaba de su vista en la ventana, ya convalecida de su enfermedad. Sucedió pues ofrecérsele a don Jaime, hermano de mi dama, una forzosa jornada a Barcelona, con cuya ausencia, pensando tener más ocasión de verme con mi dueño, entonces tuve menos porque fue notable el rigor con que la recataba su madre sin dejarla poner a la ventana y aún a Oquendo no permitía salir las veces que antes, que para traerme los papeles de su señora y llevar los míos había de usar mil estratagemas. Con esto estaba el hombre más impaciente del mundo y no menos mi dueño. Viéndome pues sin remedio de conseguir lo que tanto deseaba, y que el casamiento de don Jorge sólo se dilataba hasta venir don Jaime, hermano de mi dama, desvelado con esta pena maquiné esta invención, valiéndome de la casa de vuestro hermano que había poco que era muerto y su hijo estaba ausente. Y buscando quien secretamente me hiciese aquel vestido y adornos que vísteis, vestido dél comencé a hacer el espantable rumor que habéis oído, con fin de que alborotándose los de la casa de mi dama me diesen lugar a que por los convecinos terrados pasase a ella; esto sabía ya doña Luisa, la cual, todas las noches, en oyendo el ruido se fingía desmayada en su estrado, al tiempo que su madre y criadas se entraban en un oratorio temerosas de lo que oían, y se cerraban por dentro mientras duraba el estruendo; yo entonces abriendo con una llave maestra la puerta del terrado y, con ella, otras dos, bajaba hasta la pieza del estrado donde mi dama me esperaba y estaba con ella media hora cada noche. En las que me he valido de esta invención he alcanzado el fruto tan merecido de mis esperanzas, habiendo primero dado a doña Luisa palabra de ser su esposo, a quien tenía ya medio convencida para salirse conmigo una noche y que yo la llevase a Sevilla a pesar de su hermano y deudos, pues ya era señora de la hacienda que le mandó su tía.
Esta es la relación de mis amores y la causa de la invención que habéis visto, si bien contra la opinión de vuestro hermano. Caballero sois y a vos se os descubre otro que lo es, fiado de vuestro valor y prudencia, que me perdonaréis en primer lugar este atrevimiento que contra la reputación del difunto emprendí, y en segundo, me haréis merced de tomar a vuestro cargo este negocio, hablando a su madre de doña Luisa, hermano y deudos para que vengan en nuestro casamiento y con su beneplácito se haga, pues ya no puede ser menos; y en cuanto a la satisfacción que decís tengo de dar, mirad vos cómo queréis que sea, que como no perjudique a mi honor haré cuanto me mandáredes.
Mucho se holgó don Rodrigo de oír a don Gonzalo el largo discurso de su vida y amores con aquella dama vecina suya a quien conoció cuando era niña y de quien ahora oía tantas alabanzas de hermosura y discreción, que ellas disculpaban con él a don Gonzalo de lo que había hecho, y para responder a lo que el enamorado caballero le había dicho al fin de relación lo habló desta suerte:
-Mucho siento, señor don Gonzalo, que os halláredes en esta ciudad tan falto de amigos y conocimiento que no pudiéredes por medio dél alguno tratar de vuestro empleo sin obligaros a una invención en ofensa de la reputación de un difunto, cosa tan dilatada en la ciudad que para persuadir a lo contrario a un vulgo son menester muchos esfuerzos y autoridades; a mí me incumbe por deshacer esta mala fama, tomar muy a mi cuenta el tratar de vuestro casamiento, con promesa y palabra que me habéis de dar como caballero, que luego que se efectúe habéis de publicar haber sido el autor de esta invención para que restaure mi hermano lo que ha perdido.
Así se lo prometió don Gonzalo con pleito homenaje que hizo en sus manos. Con esto, despidiéndose don Gonzalo se pasó por el terrado a su posada, dejando a don Rodrigo cuidadoso de tratar esotro día aquel negocio pareciéndole que tendría más breve efecto dándole de esto parte al Virrey, y así lo hizo el día siguiente, dejándole admirado el caso y con deseo de conocer a don Gonzalo, y tomó muy a su cargo el efectuar el casamiento, puesto que era con tanto gusto de los dos, venciendo su autoridad las dificultades que hubiese en ello.
En esta ocasión llegaron de Castilla el Veinticuatro y don Diego, deudos de don Gonzalo, que habiéndose muerto en Sevilla su hermano y esperándole unos días que llegase de Flandes, escribieron otra vez volviéndole a llamar, y como les avisasen que era partido a España, luego dio el Veinticuatro que estaría en Madrid, que ya sabía sus amores, a donde partió de Sevilla, habiendo dado fin a sus negocios; y como no le hallase en la Corte, viéndose con don Diego, le dijo que tenía por cierto que estaría en Valencia, y así se determinaron los dos a ir allá, y andando informándose de la casa de su madre de doña Luisa se toparon con Oquendo (que era el Norte de los descaminados) y él los llevó a la posada de don Gonzalo, con quien se holgaron sumamente, y él con mayor extremo en verlos en aquella ciudad. Dioles brevemente cuenta del estado de sus cosas riendo mucho el capricho de la extraña invención de la fantasma.
Otro día hablaron los tres a don Rodrigo y él los llevó a estar con el Virrey que les honró mucho por conocer al Veinticuatro. Díjoles cómo el casamiento estaba concluso aunque algo lo había resistido doña Vicenta por haber dado la palabra a don Jorge; más que habiéndole dicho que había de ser de cualquiera manera, y que esto era con mucho gusto de doña Luisa, se resolvió a hacerlo, dejándolo en sus manos, para que a su gusto lo dispusiese todo. Llegó de Barcelona don Jaime, y con su venida se celebraron las bodas, siendo los Virreyes padrinos dellas y alegrándolas mucho los caballeros de aquella ciudad con máscaras y fiestas; sólo don Jorge quejoso de doña Vicenta y su hijo por haberle faltado la palabra. Don Gonzalo y su esposa vivieron contentos, dándoles el cielo hijos que les heredasen, declarando don Gonzalo a todos haber sido el autor de la invención de la fantasma que tanto había alborotado a Valencia, con que al difunto le restituyó el vulgo de su fama.