https://www.elaleph.com Vista previa del libro "El fantasma de Valencia" de Alonso de Castillo Solorzano (página 3) | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Lunes 06 de mayo de 2024
  Home   Biblioteca   Editorial   Libros usados    
¡Suscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
Páginas 1  2  (3)  4  5  6  7  8  9 
 

-En Sevilla, antiquísima y noble ciudad de España, cabeza de la Andalucía y erario de los riquísimos tributos que nos ofrecen las Indias Occidentales, nací hijo segundo de Perafán de Rivera, caballero muy conocido por su antigua y generosa sangre, donde por hallarme con la poca hacienda de unos alimentos bien debidos y mal pagados que mi mayor hermano (ya dueño del mayorazgo de mi padre) me daba, determiné dejar mi patria y seguir la milicia, sirviendo a mi Rey hasta merecer el puesto que he tenido, camino por donde tantos por sus animosas hazañas y particulares servicios han venido a valer y ser estimados de sus reyes, ascendiendo de humildes principios a eminentes lugares. Bien pudiera pasar en Sevilla entre los muchos amigos que tenía como otros caballeros que con menos hacienda que yo pasan jugando y haciendo travesuras causadas del ocio, por quien, tal vez contra su gusto, vienen a dejar la patria con vergonzoso nombre y opinión; mas llevado del valor de mi sangre, del impulso de mi edad y del deseo de ganar fama, dejé a Sevilla por Flandes, escogiendo aquel país por ser el que en más ocasiones se ofrecen con los enemigos de las Islas. Allí asistí, no perdiendo de hallarme en ninguna facción, tres años, dándome bien a conocer por mis obras y por mi nobleza al ejército, siendo estimado de todos y en particular de un capitán que desde que asenté plaza en su compañía me tuvo siempre por primer camarada, hasta que me dio su bandera por muerte del alférez della. Aquí procuré lucir más en otras apretadas ocasiones que se ofrecieron con el enemigo, saliendo de todas de suerte que era en todo el ejército muy conocido por mi resolución.

Pasáronse cuatro años ocupado en este oficio, y al cabo deste tiempo se ofreció enviar Su Alteza de la serenísima Infanta unos despachos de grande importancia a España para que en el Consejo de Estado se viesen, y por orden del Marqués de Espínola se me encomendó el traerlos; diome una ayuda de costa su Alteza y cartas para Su Majestad para que me favoreciese en mis pretensiones, con que partí por la posta de Flandes y en breve tiempo me puse en Madrid, yendo a apearme a los barrios de la Merced, a la posada de un primo mío Veinticuatro de Sevilla, que tocándole la suerte de las Cortes asistía por procurador dellas, en nombre de su ciudad, todo el tiempo que durasen. Éste me recibió con mucho gusto y con él mismo me hospedó en su cuarto. Comencé a tratar de mi despacho y después de mis pretensiones deseando que Su Majestad me hiciese capitán en la primera leva. Mas en uno y en otro se pasaron algunos días sin que se resolviesen a despacharme ni hacerme merced, dilatándose más que yo quisiera, pues todo el tiempo que gastaba en estarme en la Corte me parecía hasta volver a Flandes.

Fuele fuerza al Veinticuatro, mi primo, partirse a Sevilla a disponer que el cabildo de aquella ciudad concediese ciertas cosas que importaban al servicio de Su Majestad, y para darle cuenta dellas le fue dada licencia para partirse. Despidióse de mí, dejándome en su mismo cuarto con la ama que le servía, y él se llevó todos sus criados a Sevilla. En este tiempo fui conociendo amigos que me llevaban a divertir a varias partes, como a la Comedia, al Prado y casas de algunas mujeres. En la que más asistíamos desde prima noche hasta las once, era la de una dama llamada doña Estefanía, mujer de muchas gracias, hermosa, discreta, bizarra; cantaba con superior destreza y bailaba con grande desenfado; cayóme en gracia las que vi en doña Estefanía, y para gozar más a solas della le rogué afectuosamente que se fuese una noche a mi posada a cenar conmigo. No fue difícil de alcanzarlo, que como hubiese interés de por medio hacía estas visitas todas las veces que se le ofrecían; y así, en llegando la noche, se entró en una silla y fue a mi posada a donde más desenvueltamente que en la suya mostró sus habilidades sin hallarse presente más que uno de los criados que tenía (el más antiguo, que desde que salí de mi patria nunca faltó a servirme).

Era el cuarto donde posaba bajo, y a la alcoba en que dormía hacía correspondencia una escalerilla falsa que se comunicaba con el cuarto principal de arriba y estaba condenada por estar los cuartos divididos. Por allí estuvieron los de arriba oyendo cuanto me pasó con Estefanía, la cual por ser tarde se despidió de mí y se fue acompañada de mis criados a su posada; aquella noche no quise salir de casa, antes me acosté luego.

Las nueve de la mañana serían cuando, sintiéndome despierto, en la puerta que iba al cuarto alto sentí hacer ruido para que pusiese los ojos en aquella parte; volví la cabeza y vi que por un resquicio de la puerta sacaban un papel. Advertí en ello con más cuidado, y dije en alta voz que si era para mí le dejasen caer. Hiciéronlo así y levantándome de la cama vi que era un billete cerrado, el cual abrí leyendo estas razones de que me acuerdo muy bien: «Aunque vuestra edad y profesión os disculpen, cualquiera impulso de la mocedad no admite su disculpa la casa en que vivía, pues aunque en cuarto separado del principal della, debiérades considerar quién vive en él para absteneros de traer mujeres sospechosas al vuestro. Con esta condición se le dio a vuestro deudo y la guardó con mucha puntualidad, si no os dejó la advertencia con la sustitución por olvidársele, sírvaos este papel della, consolándoos con que de vuestra flaqueza ha sido testigo sola una criada desta casa, y ella os sirve en escribiros éste, deseosa de vuestra enmienda, para que no déis lugar con otro divertimiento a que os escriban más ásperamente. El cielo os guarde.»

En gracia me cayó la bachillería del papel con las amonestaciones en orden a mi reformación, sospechando de su buena nota, que no era de criada como él decía, y algo me corrí (aunque soldado) de que tuviese testigos de mi flaqueza, porque de mi natural soy recatado. Diome pues el papel deseo de saber quién vivía más en aquella casa porque, por mayor, sabía que era dueño della una señora viuda anciana, rica y principal proponiendo informarme dello, porque tras la puertecilla sentí todavía rumor de gente, dije algo recio:

-Estimo el aviso y confío en el silencio. Yo responderé al papel mañana a estas horas.

 
Páginas 1  2  (3)  4  5  6  7  8  9 
 
 
Consiga El fantasma de Valencia de Alonso de Castillo Solorzano en esta página.

 
 
 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
El fantasma de Valencia de Alonso de Castillo Solorzano   El fantasma de Valencia
de Alonso de Castillo Solorzano

ediciones elaleph.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.
 
 
 

 



 
(c) Copyright 1999-2024 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com