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Un mes sería pasado que yo había partido de Madrid cuando su madre de doña Luisa escribió desde esta ciudad a su hermana que un caballero rico de aquí, llamado don Jorge, pedía a su hija en casamiento, y por ser cosa que le convenía le daba parte dello para que determinase lo que fuese servida, y con este aviso le envió el memorial de la hacienda que el caballero tenía y razón de su edad, partes y calidad. Parecióle bien a doña Felipa, y dándole cuenta desto a su sobrina quiso que se tratase luego, a que no pudo replicar por no ir contra su gusto, pues hacer otra cosa era perderla el respeto. Cuántas veces maldijo su corta dicha, culpándose en no me haber hecho anticipar a pedírsela a su tía aunque no viniera el Veinticuatro. Al fin doña Felipa, mostrando gusto de dar a mi dueño empleo, solicitó con su hermana que tratase desto luego, ofreciendo con su sobrina una buena parte de hacienda y la demás para después de sus días. Doña Luisa con esto se desesperaba, y no comía ni dormía sintiéndolo con grandes veras. Dio cuenta dello a don Diego por un papel, y ofreciéndose haber correo dentro de dos días para Flandes, me escribió dándome cuenta de todo.

Mientras anduvieron en los conciertos del nuevo casamiento doña Felipa cayó mala de una grave enfermedad de que murió, dejando en su testamento por hija heredera y sucesora en todos sus bienes a su sobrina. Sabida en esta ciudad por doña Vicenta la muerte de su hermana, partióse a Madrid en compañía de un hijo suyo a quien vos conoceréis bien; llegaron en breve tiempo a la Corte donde fueron recibidos de doña Luisa con mezcla de llanto por su recién muerta tía y alegría de su deseada vista. Compusieron las cosas de su hacienda en pocos días, y dejando en ella administrador volviéronse a esta ciudad, trayendo consigo su madre a doña Luisa que vino la mujer más desconsolada del mundo, sabiendo que luego que allí llegase se había de desposar con don Jorge. En esta sazón recibí a un tiempo en Flandes tres cartas, una de Sevilla y dos de Madrid, y dejando las que menos me importaban, abrí la de mi dueño que decía estas razones, que por costarme muchos sentimientos las tengo bien en la memoria: «Nunca de mi corta dicha me prometí menos que lo que a costa mía padezco, pues desde que os fuisteis llevándome el alma, fue anuncio mi pena y profunda melancolía del daño que lloro y no puedo remediar. A mi tía le han propuesto un casamiento para mí de un caballero de Valencia, rico y noble. Su calidad y demás partes le han satisfecho de manera que ha escrito que traten luego dello; las lágrimas que me cuesta no encarezco, que si bien me queréis podéis considerarlo; avísoos de esto por si os determináredes (no olvidado de lo que me debéis) a venir aquí y sacarme de esta casa con pretexto de ser mi esposo; hallaréis en mí la voluntad que siempre y mayores deseos de ser vuestra que de heredar la hacienda de mi tía sin vuestra compañía.»

Con esta carta venía otra de don Diego más recién escrita, porque habiéndose ido el correo ordinario sin poderla llevar, cuando se ofreció otro extraordinario ya doña Felipa era muerta y doña Luisa ausente de Madrid, trayéndola su madre y hermano a esta ciudad; de todo esto me daba don Diego aviso largamente. Lo que sentí leer las dos cartas, de mi dama y amigo, no es para referir en sucinta relación; sólo diré que me faltó poco para que el vital aliento no me desamparase. Quejábame de mi corta suerte y sentía sumamente las honras que Su Majestad me había hecho pues en la presente ocasión no podía dejar el puesto que tenía por acudir a lo que mi dama me mandaba. Con esto estaba desesperado y, queriendo hacer con la cólera pedazos la carta que me quedaba en las manos venida de Sevilla, por ruegos de un criado mío la hube de leer contra mi voluntad; era de un criado antiguo de mi hermano, y contenía unas razones equivalentes a éstas: «En la fiesta pasada de San Juan, que se hizo en esta ciudad por los caballeros que había en ella una encamisada, cayendo el caballo de don Antonio, mi señor, con él, se le rompieron las piernas y está tan de peligro que dicen los médicos no vivirá ocho días. Ha deseado mucho en este aprieto su vista de vuesa merced, y mándame le avise deste desgraciado suceso para que pida licencia y se venga luego por la posta para que si su vida se dilata más del término breve que le dan los médicos, sea su consuelo, y después de ella herede el mayorazgo de su casa.»

En otro sujeto menos enamorado que el mío templara la pena que tenía la próxima herencia que esperaba del mayorazgo de mi padre; mas en mí fue doble el sentimiento, porque quería mucho a mi hermano y me pesaba tiernamente del suceso, y no tuve en estas aflicciones otro consuelo sino el ver que me darían luego licencia para partirme en mostrando aquella carta a don Luis de Velasco, Conde de Salazar, General de la Caballería. «Hícelo así y al punto me la dio muy contento de que me viniese herencia, que deseaba mucho mis aumentos. Partí luego por la parte de Flandes no camino de Sevilla sino desta ciudad, que era a la parte que más me llevaban mis deseos, haciéndome cuenta que si mi hermano estaba tan de peligro como me escribían cuando llegase a Sevilla ya sería muerto y el mayorazgo no se me podía disputar; con esto caminé con toda la diligencia que pude y en breve tiempo llegué aquí y quise luego informarme de las casas de doña Vicenta, y dijéronme eran en esta calle, y sin descansar un punto vine a ella al tiempo que anochecía, y con las señas que me dieron acerté con la casa, a tan buen tiempo que salía Oquendo por la puerta della; llaméle, y el buen viejo fue tanto lo que se holgó de verme y los abrazos que me dio que no me daba lugar a que le preguntase por mi dueño. Cesó el abrazarme y díjome como su señora habría veinte días que había llegado indispuesta con el poco gusto que salió de Madrid, y creciendo cada instante su pena estaba enferma de unas recias calenturas, por lo cual se habían dilatado las bodas, y porque ya era traición no avisarla de su venida dijo que le perdonase que al punto se lo iba a decir. Dejóme con esto y partió a decir a doña Luisa mi llegada, volviéndome luego a decir que mi ama se había holgado con ella mucho enviándome con el escudero la bienvenida y avisándome del estado de su salud y cuán presto esperaba mejoría con saber que estuviese en Valencia. Yo me holgué mucho con el recado, y procuré saber de Oquendo qué modo habría para que nos viésemos.

-Eso dificulta mucho -me dijo el escudero- porque el recogimiento de la casa es grande y el desvelo con que la cela don Jaime, mi señor y su hermano mayor. Misa se dice en casa, y cuando tal vez se sale fuera es en el coche y corridas las cortinas dél, de modo que no siento remedio, por ahora, para que veáis a mi señora. Sólo queda el consuelo de escribiros por mi orden, por eso decidme vuestra posada, que deseo saberla por lo que se ofreciese.

 
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El fantasma de Valencia de Alonso de Castillo Solorzano   El fantasma de Valencia
de Alonso de Castillo Solorzano

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