https://www.elaleph.com Vista previa del libro "El fantasma de Valencia" de Alonso de Castillo Solorzano (página 6) | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Jueves 01 de mayo de 2025
  Home   Biblioteca   Editorial      
¡Suscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
Páginas 1  2  3  4  5  (6)  7  8  9 
 

Cotejé la letra del sobreescrito con la de los papeles que tenía en la faltriquera y vi ser la misma, con que quedé el más contento hombre del mundo. Fuime luego a oír misa al Monasterio de la Merced, donde me topé con aquel caballero mi deudo en cuya casa dormí aquellas noches que falté de mi posada. Éste se llamaba don Diego, mozo por casa y señor de un mayorazgo de seis mil ducados de renta. Concerté con él que en su coche fuésemos los dos a la Casa de Campo temprano, dándole cuenta de cómo pensaba hablar allí a doña Luisa, que ya don Diego sabría lo que pasaba hasta allí de los papeles por habérselo comunicado. Luego que hubimos oído misa, me llevó a comer a su casa y, acabada la comida, pusieron el coche, en el cual nos fuimos haciendo al cochero que guiase por el atajo del Colegio de doña María de Aragón para pasar por el celebrado Manzanares, por ser el tiempo que está más tratable de todo el año, con no poca mengua de su caudal. Con esto llegamos al ameno sitio donde, siéndonos abierta la puerta, nos retiramos luego a la estancia en que yo había concertado estar con Oquendo, no poco alborozado aguardando a verme con quien deseaba elegir por único dueño de mi libertad.

Dos horas después que nosotros llegamos, llegaron doña Felipa (que así se llamaba la tía de doña Luisa), su sobrina y la dama convidada, con tres o cuatro criadas y Oquendo, que venía siguiendo el coche. Llamaron a la puerta del real jardín, y entrando dentro quisieron luego comenzar a esparcirse y entretenerse por él aquellas damas, pidiendo licencia a la anciana señora; ella se la dio advirtiéndolas que se guardasen del sol y, en tanto, se quedó rezando en una fresca estancia cerca de la entrada. Las damas, que no deseaban otra cosa que verse libres de la sujeción de la ancianidad, tomándose las manos doña Luisa y doña Andrea, su amiga, comenzaron a ir viendo aquellos compuestos cuadros y a cortar flores, haciendo olorosos y compuestos ramilletes dellas, gustando mucho de ver las hermosas y artificiales fuentes. Con esto llegaron a la del Engaño, donde estábamos escondidos entre sus enrejados, y no fuimos poco dichosos en que al tiempo que llegaron las dos amigas se les quedasen atrás las criadas que las venían siguiendo, divertidas en coger flores para hacer también ramilletes. No quise aguardar a más dilaciones por estar del todo ya rendido a la hermosura de doña Luisa, a quien había estado notando con gran cuidado desde el principio de la calle que guiaba la fuente, hasta que llegaron al puesto donde estábamos; y aquí salvo la objeción que me pueden poner si alguien notare cómo me pude enamorar de doña Luisa más que de su amiga no la habiendo visto, a lo cual respondo que por las señas que Oquendo, su escudero, me había dado de su hermoso rostro y color de pelo, puse los ojos en ella más que en su amiga, a quien aventajaba como lo hace el sol a las nocturnas estrellas.

No le quedó menos aficionado don Diego a doña Andrea que yo a su amiga, porque después de doña Luisa había pocas en la Corte que fuesen más hermosas que ella. Al fin, al emparejar con el sitio donde estábamos, les salimos al encuentro y con nuestra vista se asustaron las damas, de modo que quisieron volverse por donde habían venido. Yo, en esto, me adelanté a detener a doña Luisa diciéndola algo turbado (efecto que causó en mí su hermosa presencia) unas razones equivalentes a éstas:

-Muy a costa vuestra, hermosas señoras, hemos solicitado vuestra graciosa vista en parte donde la seguridad que teníades de que gozábamos desta amena estancia sin testigos hace más culpable nuestro delito alterándola, pues ha sido género de cautela (si no remedio de emboscada) el impensado asalto que con él os hemos dado, ocasionando vuestro susto; merezca perdón nuestro atrevimiento cuando le disculpa la causa que nos obligó a emprenderle, que ya por las exteriores muestras con que manifestáis vuestro disgusto estamos bien castigados dél.

Interiormente me dijo después doña Luisa que se había holgado de vernos, mas por la amiga quiso disimular, mostrándonos como ella el rostro desabrido; y tomando la mano me respondió así:

-Bien pudiérades, señor don Gonzalo, con menos costosa traza que ésta manifestar la merced que nos significáis hacer en desear tanto vernos, pues la vecindad que dentro de una casa tenemos y el conocimiento que tenéis con mi tía excusaba la sospecha que en este lugar causáis a los que os han visto, pues de haberos ocultado entre esas verdes murtas deste ameno jardín con ese caballero que no conozco podrán nuestras criadas inferir mayor comunicación entre los dos; lo encarecido agradezco por mi parte y sé que lo mismo hará por la suya la señora doña Andrea, mi amiga, perdonándoos como a las dos nos hagáis merced de iros deste jardín dando lugar a que gocemos dél esta tarde sin sobresalto ni peligro un día que en todo el año salimos a gozar del campo; pues es cierto que a acertar a veros mi tía tendríamos aguada nuestra holgura porque es muy sospechosa y lo sería más por conoceros.

-Aunque me sacrifico en obedeceros -dije yo- quisiera ejecutarlo, y también sé que lo haría el señor don Diego, mi primo, a no ser en esta ocasión más pública la salida que la estada en este oculto lugar, pues os aseguro que, si no es un jardinero, nadie sabe que estamos aquí escondidos, que aun el coche en que venimos está desotra parte del río. El intentar salir ahora ha de ser más a costa vuestra, por estar vuestra tía tan cerca de la puerta que es imposible pasar sin que se nos vea. No en todos tiempos ofrece la ocasión su copete como en ésta; merezcan por mi parte los deseos que de veros he tenido que no se malogren con vuestro enojo, dando lugar que en esta soledad sea yo favorecido de vos.

Esto último le pude decir a mi dama sin que su amiga lo pudiese oír, por haber don Diego comenzado plática con ella sobre la misma queja de haber entrado allí. Doña Luisa, más afable que se me había mostrado antes, me dijo:

-Basta, señor don Gonzalo, que vuestros vecinos os debemos menos que los extraños; pues el poco caso que hacéis dellos lo vienen a notar hasta los criados de casa, atreviéndose a decíroslo.

-A las ocupaciones de mi pretensión -dije yo- debo muy poco, pues han sido causa del tiempo que he perdido en serviros, que debo sentir lo que la vida me durare, siendo de mi natural corto para no atreverme con el lugar que permite la cortesía a conocer el bien que dentro de vuestra casa tenía. Mas desto ya la memoria es mi verdugo pues me castiga rigurosamente todas las veces que con ella me acuerdo de haber perdido tanto bien; y así, no es mucho que criadas vuestras reprendan mis inadvertencias y me adviertan de mis ignorancias; aunque uno y otro recibo bien con lo dorado de la buena nota de unos papeles, como el enfermo las provechosas píldoras para la salud.

-El caso es -dijo doña Luisa- que no hay que culpar a las pretensiones sino al buen empleo que nos dicen que tenéis, que él obliga a no divertiros y disculpa cualquier mal pago de voluntad que hayáis dado.

 
Páginas 1  2  3  4  5  (6)  7  8  9 
 
 
Consiga El fantasma de Valencia de Alonso de Castillo Solorzano en esta página.

 
 
 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
El fantasma de Valencia de Alonso de Castillo Solorzano   El fantasma de Valencia
de Alonso de Castillo Solorzano

ediciones elaleph.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.
 
 
 

 



 
(c) Copyright 1999-2025 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com