Suspenso y confuso quedé, no sabiendo quién pudiese ser el dueño de aquellos papeles; por una parte me parecía que para ser criada era demasiado el cuidado y curiosidad que tenía en saber los días que había comido fuera de casa y las noches que había faltado de mi cama, pues quien esto notaba no le faltaba amor, siéndolo también el haberme reprendido en el primero papel de haber traído a mi cuarto a Estefanía, arguyendo desto alguna sospecha de celos. Por otra parte me persuadía a que me debía de haber inclinado alguna criada, pues, a ser doña Luisa, no me manifestara tan declaradamente (con sospechas de nuevo empleo) el sentimiento de mis ausencias. En esta duda estaba cuando el criado de quién más me fiaba me entró a decir que se le había olvidado de darme cuenta de que Oquendo, por mandado de doña Luisa, se había informado de lo que era la causa de no haber acudido aquellos días a casa a comer y faltando algunas noches, y que le había encargado su señora que no supiese nadie que ella hacía esta averiguación. Holguéme mucho de saber esto por salir de la duda en que estaba y por parecerme que con esto se habría camino para el intento que tenía de servir y pretender a doña Luisa hasta merecerla por esposa si tanta aventura alcanzaba. Con esto pedí luego recado de escribir, diciéndolo en alta voz, por si me oían desde la puertecilla para que aguardasen la respuesta, y habiéndome traído, me pareció que el escribir libre en aquella ocasión era lo que más importaba para descubrir más tierra. Acabé pues de escribir y di el papel por el resquicio de la puerta sintiendo que dentro había persona que le recibía; y era así, que la criada de doña Luisa le recibió y se lo llevó a su señora, y aunque os canse habéis de perdonarme, que también os lo he de referir por ser el último, que decía así: «No pensé, encubierta señora, que el rigor de vuestras reprensiones pasaba de los límites de esta casa, pues fuera della me juzgué libre de nota, y seguro de asechanzas; pero no me ha valido la ausencia que estos días he hecho della para dejar de ser juzgado con nuevo empleo en vuestra sospecha; yo me holgara que mi desvelo fuera más por ganancia de favores que por pérdida de dineros. De lo postrero no me queda otro consuelo para adelante sino saber que tengo ya tutor que me gobierne y ayo que me corrija. Pero como siempre las órdenes por escrito en este caso sean menos guardadas que las que se dan a boca, con vuestra buena licencia remito al que me las deis y yo las oiga, aunque sea por esta puerta, si ya el escrupuloso recato no vedara lo que tan lícitamente pide aquel que siempre desea conocer el verdadero dueño destos papeles para servirle y darle satisfacción de que tiene la voluntad, si bien está deseoso de desmentir pésames con ella.»
Sumamente me confesó después doña Luisa, que se había holgado con este papel, viendo por él que satisfacía sus sospechas y aseguraba sus recelos; y así quiso favorecerme hablándome por la puerta, tercera de los papeles, si bien todavía con el engaño de que era la fingida criada, aunque con advertencia de no durar mucho en el engaño por temor de que no me cansase y desistiese de la comunicación para acudir a otra, que esto no fue más de averiguar por unos días si tenía libre la voluntad.
En esto se pasaron quince días gozando deste entretenimiento, que para mí lo era grandísimo; porque en doña Luisa conocí un agudo entendimiento, tanta gracia y donaire que me tenía muy prendado. Un día que yo estaba acabándome de vestir algo tarde para salir a misa, por ser día de fiesta, entró a darme los buenos días Oquendo con muchas sumisiones. Holguéme en verle y mandé luego que le diesen de almorzar:
-No puedo recibir lo que vuesa merced me hace, dijo el anciano escudero, porque llevo este papel de mi señora doña Luisa para una señora amiga suya, en que la avisa que esta tarde va con su tía y criada a la Casa de Campo a holgarse, y la suplica se vaya en su compañía para tener la tarde más entretenida.
-Mucho me huelgo desto, le dije yo, y esta es la ocasión, señor Oquendo, en que se han de conocer los amigos, haciéndome un placer.
-¿En qué podré servir a vuesa merced -dijo Oquendo- que aunque sea dificultoso no aventure mi vida en ello, si es menester?
-Agradezco esa voluntad -le dije- pero los efectos della quiero ver en que haga lo que le rogaré. Yo buscaré un amigo con quien ir a esta recreación y procuraremos que sea mucho antes que esas señoras vayan, para tener lugar de escondernos entre aquellos cenadores que están cerca de la fuente del Engaño, a donde procurará llevar a aquellas señoras mozas; que su tía de mi señora doña Luisa es cierto que su ancianidad no le dará lugar a seguirlas sino a estar en algún fresco sitio pasando sus cuentas, segura de que no habrá nadie en el jardín, y así podré yo besar las manos a mi señora doña Luisa, cumpliéndose los grandes deseos que tengo de verla.
Holgóse mucho Oquendo con la traza que le daba, y ofreció servirme en cuanto pudiese de su parte, como en la experiencia lo vería; yo le prometí asimismo que se lo sabría agradecer, y por entonces le di un doblón, con que partió contento a dar el papel de su señora el cual le rogué me mostrase para ver qué letra hacía:
-Eso como de molde -dijo Oquendo- no hay vizcaíno que la iguale.