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Con esto pedí de vestir, y ese día, después de comer, hice llamar a un escudero que servía a la referida viuda, llamado Oquendo, sujeto entretenido con los dos reales y medio de ración y quitación, estipendio ordinario de la escudería común; a éste hice que con algunos relieves de la mesa le regalasen, y después le pregunté quién más que su señora vivía en aquella casa en su compañía; él me dijo que con ella estaba una señora sobrina suya que había traído de Valencia llamada doña Luisa para que estuviese con ella, y hacerla después de sus días heredera de una gruesa hacienda, que sería de más de 50.000 ducados; que en su servicio estaban cuatro criadas mozas, dos ancianas dueñas y dos esclavas, él, un capellán, un paje y un cochero. Ponderóme con grandes exageraciones la hermosura de doña Luisa y cuán pretendida era de muchos para casamiento. No quise saber m&aacuTe;s, y despidiendo al escudero le dije que en cuanto se le ofreciese haber menester acudiese a mí, que con mucho gusto le favorecería. Fuese el anciano escudero agradecido de mi ofrecimiento y yo me quedé pensando en si sería doña Luisa el dueño del papel o alguna criada suya. Porque de ser ella, como sospechaba, estábame bien su correspondencia, y propuse de continuarla hasta granjearle la voluntad. Al fin me determiné a responder al papel aquella noche, y el día siguiente a la misma hora que recibí el otro, sentí rumor de gente a la puertecilla, y levantándome de la cama les dije:

-Préciome mucho de ser puntual en lo que prometo; y así desde anoche tenía escrito ese; holgáreme de que se reciba allá mejor que la causa por quien se ha escrito.

Metíle por el resquicio de la puerta y con esto me volví a la cama. De lo que escribí en el papel, como en otros que tengo en la memoria, os haré relación si no os cansáis. Las razones deste en respuesta del suyo fueron éstas: «Quien tan bien sabe responder, estoy cierto sabrá callar mi flaqueza, que no ha sido muy grande respecto de lo que la edad y profesión pide; que si la una solicita impulsos, la otra se olvida de recatos. Quedo advertido de reportarme en lo primero y prevenirme en lo segundo, contento de que tan cuerdo testigo sepa con prudencia avisar inadvertencias y prevenir decoros a su dueño. Deseo conocer a quien tanto debo para celebrar más la estima que yo hago de su discreción; si esto merecen mis deseos será darles mal pago dejarles en confusión, cuando prometen a mis ojos mayor empleo que el de criada tan curiosa como prevenida, a quien guarde el cielo.»

De haberme visto doña Luisa desde unas celosías que caían al patio se me había inclinado algo, y como por el recato con que la tenía su tía era imposible darme a entender, con la ocasión de ver a Estefanía en mi cuarto casi celosa, si así se puede decir, me escribió aquel papel con nombre de criada suya; esto supe después de su boca en correspondencia más continua y asentada como adelante veréis. Al fin recibió este papel deseando pasar adelante con el engaño de que era la criada la que me escribía, preveniendo al escudero que si yo le preguntase quién había en compañía de su tía, me dijese que solamente criadas; así se lo prometió Oquendo callando lo que conmigo le había pasado, al cual, para tenerle de mi parte, le hacía regalar con particular cuidado.

Sucedió pues que por unos días di en acudir a la casa de un caballero mozo donde se jugaba ordinariamente, y jugué en ella largo, con lo cual me quedé a comer fuera de la posada cosa de ocho días continuos a dormir dos o tres noches en casa de un deudo mío que vivía cerca del garito, y la vez que venía a mi posada era muy tarde. Esto fue el tiempo que duró estar mi pretensión en calma, trayéndome el juego algo inquieto por haber perdido a él cantidad de dinero. Esto notó mucho doña Luisa (según me dijo después), que todas las noches tenía especial cuidado de bajar a la puertecilla a ver si estaba acostado, y como viese que faltaba de casa a las horas acostumbradas, hizo que Oquendo preguntase a mis criados la causa, y dellos lo supo; mas como la hermosa dama ya estaba inclinada a favorecerme dio en sospechar que no era juego el que me inquietaba sino algún empleo amoroso, culpándose a sí de no haberse declarado conmigo en sus papeles antes que me hubiera empeñado en otra afición. Con esta sospecha se determinó a escribir otro papel, y aguardando a la hora que solía despertar, me le mostró por el resquicio de la puertecilla, levantándome por él, y en él leí las siguientes razones: «No culpa sino agradecimiento debéis, señor don Gonzalo (que éste es mi nombre) darme en escribiros este papel, manifestándoos por él cuanto os desean en vuestro cuarto más asistente que hasta aquí habéis estado, pues su fresca estancia y los deseos de quien gusta veros en él con el sosiego que antes, os manifiestan con queja el agravio que les hacéis favoreciéndoles tan poco, si ya no causa vuestro olvido algún nuevo cuidado en empleo de vuestro gusto, que le juzgo será muy digno de vuestros merecimientos, pues os obliga a hacer faltas algunas noches de vuestra cama, sin las que hacéis de día a vuestra mesa, que unas y otras os debe de merecer la causa por quien se hacen, que deseo gocéis muy largos años, suplicándoos me perdonéis este atrevimiento que ya ha sido con deseo de daros este parabién, que yo sé quién se lleva los pésames dél».

 
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El fantasma de Valencia de Alonso de Castillo Solorzano   El fantasma de Valencia
de Alonso de Castillo Solorzano

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