https://www.elaleph.com Vista previa del libro "El fantasma de Valencia" de Alonso de Castillo Solorzano (página 2) | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Jueves 01 de mayo de 2025
  Home   Biblioteca   Editorial      
¡Suscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
Páginas 1  (2)  3  4  5  6  7  8  9 
 

Aquélla y otras dos noches después que llegó se estuvo quieto sin oír ningún rumor de cadenas ni otra cosa, admirándose todos así de la novedad como de su ánimo, estando a la mira de lo que le sucediese. Don Rodrigo estaba contentísimo desto, juzgando por burlería cuanto le habían dicho y afirmaba toda la ciudad; mas no le duró mucho este gusto, porque a la cuarta noche que vivía la casa, al tiempo que se comenzaba a desnudar para irse a acostar, por la parte del terrado se comenzó el estruendo de cadenas con el mayor exceso de rumor y gemidos que hasta allí se había sentido. Apenas lo oyó don Rodrigo, cuando tomando con grande ánimo su espada y una acerada rodela, hizo que un criado suyo encendiese una hacha, y haciéndole a su pesar ir delante alumbrándole, subiendo los dos por una angosta escalera que iba al terrado. No bien había llegado el paje a pisar el último escalón, cuando de un fuerte ramalazo de cadena que le tiraron bajó rodando por la escalera, perdida la hacha de la mano, y ganada en la cabeza una grande descalabradura de que se le iba cantidad de sangre. Detúvole en medio de la escalera don Rodrigo, y bajándole a su aposento encargó a la ama que le hiciese llamar quien le curase, y sin detenerse un punto, embrazando la fuerte rodela, tomando con la mano la hacha y en la derecha la espada, subió con grande ánimo otra vez la escalera, llevando gran deseo de saber qué fuese aquella prodigiosa visión que había maltratado a su criado. Llegado pues al sitio donde le sucedió el fracaso bien cubierto de su rodela, comenzó a sufrir ramalazos de cadenas en ella, haciéndole unas veces perder los escalones que iba subiendo y otras arrodillar en ellos, cosa que le tuvo por un rato afligido y confuso; mas, cobrando nuevo aliento, de dos saltos ganó la escalera y se vio en el terrado cara a cara con la visión, cuya monstruosa presencia le admiró de suerte que, por un breve espacio, le tuvo en grandísima suspensión. Era, pues, de la estatura de un hombre alto, y de rostro feísimo y espantable; tenía vestida una túnica blanca que le arrastraba más de una vara por el suelo, y todo el cuerpo cercado de cadenas que asimismo le arrastraban, y en la mano derecha un grueso ramal de lana con que causaba el daño que habéis oído. Parado estuvo don Rodrigo, ocupada la vista en el espantoso espectáculo que tenía presente, y la fantasma hacía lo mismo; mas al tiempo que vio que don Rodrigo se movía contra ella le volvió las espaldas, poniéndose en huida por el terrado adelante. Esto dio ánimo a don Rodrigo para irla siguiendo, y al querer saltar la fantasma un bajo tabique que dividía aquel terrado del vecino a él, tropezando en sus cadenas, cayó en el suelo con grande rumor, dando aliento a don Rodrigo para ir sobre ella. Mas levantándose de su caída con presteza, y hallándole junto a sí con ánimo de ofenderla, se abrazó con él sin darle lugar a que pudiese gobernar la espada, y desta suerte anduvieron luchando un grande rato, hasta que la fantasma vino a caer en el suelo, y don Rodrigo sobre ella, el cual sacando la daga de la cinta, al tiempo que iba a dar con ella a la monstruosa visión, oyó que le decía con voz atenuada:

-Valiente caballero, reportaos, y no uséis de vuestro rigor, que podrá ser pesaros después de ejecutado; yo quiero deciros quién soy, y la ocasión que me ha obligado a venir aquí en la forma que veis.

Levantóse con esto don Rodrigo, más admirado de lo que oía, dando lugar a que la fantasma hiciese lo mismo; la cual, en viéndose en pie se quitó de encima de la cabeza una máscara de encaje, que era el disforme y feo rostro que habéis oído con espantosas tracciones y erizado cabello, dejando descubierto el natural de un hombre de veintiséis años, de agradable aspecto, hermoso rostro y bien compuesta barba. En mayor admiración dejó a don Rodrigo esto segundo que las que antes había tenido en haberle visto y oído hablar, y atento, le escuchó estas razones:

-Señor don Rodrigo, que ya sé os llamáis así, no me negaréis que el amor, a quien pongo por disculpa de este yerro, es tan poderoso en sus efectos con todos estados de gentes, que por él han hecho mil transformaciones, animando a emprenderlas a los cobardes y dando nuevo aliento para las más arduas a los animosos, y de conocerle bien los antiguos poetas nació el fingirnos los metamorfosos que los dioses hicieron por gozar de algunas ninfas que amaron, ya en cisnes, ya en toros, ya en otras diversas formas. Según esto, no se os hará novedad, y más si en algún tiempo habéis tenido amor, que este poderoso rapaz haya triunfado de mí, cautivado mi libertad y sujetado mi albedrío, hasta obligarme, por vencer dificultades del encerramiento de la casa de doña Vicenta, vecina nuestra, cuya hermosa hija adoro, al disfraz en que me veis. Este amor se originó en Madrid, y porque la relación que acerca de esto os he de hacer es algo larga, os suplico, aliviándome primero del peso de estas cadenas, me deis licencia para que en vuestro cuarto os entere de todo.

Cada instante iba don Rodrigo aumentando admiraciones, presumiendo era todo lo que veía aventura de las fingidas en los antiguos libros de caballería; y así en tanto que el caballero fantasma se quitaba las cadenas y túnica, le dijo:

-Mucho siento, caballero, que vuestra pretensión se solicite por tan extraños medios como éste, que si bien a vuestro propósito deben de convenir, a la opinión y fama de mi difunto hermano no le han estado bien; pues con vuestra estratagema ha perdido mucho su lustre esta casa, y su heredero las ocasiones de venir a esta ciudad desde la aldea en que está, la composición de los pleitos que le dejó su padre, y tuviéramosle muy malo los dos si el breve discurso que ha hecho después que os he visto ser fingida visión, no hubiera pensado la satisfacción que habéis de dar a toda esta ciudad, y porque lo sepáis os ruego que en mi cuarto me digáis desde su principio la causa que os obligó a este capricho tan extraordinario.

Con esto se bajaron al cuarto principal de don Rodrigo donde sentados en dos sillas, el enamorado caballero comenzó su discurso desta suerte:

 
Páginas 1  (2)  3  4  5  6  7  8  9 
 
 
Consiga El fantasma de Valencia de Alonso de Castillo Solorzano en esta página.

 
 
 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
El fantasma de Valencia de Alonso de Castillo Solorzano   El fantasma de Valencia
de Alonso de Castillo Solorzano

ediciones elaleph.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.
 
 
 

 



 
(c) Copyright 1999-2025 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com