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?¡No! Lo que pasa es que vienes tú muy fresca ?le dije.

Ella llevaba sólo una pieza. Que no sé si podría catalogarse como camiseta.. como un top.. este tipo de indumentaria lo consideraba, mas como un traje de superhéroe. Me quité la cazadora y se la ofrecí. Sonia me lo agradeció.

?¿Sabéis por qué enterraron al espantapájaros detrás de la colina? ¿¡Eh!?

Preguntó Dani. No era el primer chiste que contaba ni presumible que fuera el último, ya que era muy propenso a contarlos y más todavía a sacar el punto divertido a casi cualquier comentario que surgiera. "El toque made in Dani", directo de fábrica.

?Porque le robaron la camisa y cogería una pulmonía ?le comentó Isma.

?Que va. Fue porque al estar hechos de espigas, los pájaros se lo comieron.

?¿No? ?explicaba Ana, mitad en risas?. ¿Lo pilláis? ?decía.

?Pues no ?le contestó Isma.

?Además, si se lo comieron ¿Cómo lo iban a enterrar? ?Mientras golpeaba con su dedo índice en la cabeza de ella le decía:

?Piensa, piensa. ¿Está Ana en casa? ?Le insinuó irónicamente.

Dani se rió ?¡Qué! No lo sabéis ¿No? ¡Tiempo!, os lo voy a decir.

La verdad es que yo no estaba prestando mucha atención a lo que decía. Había oído anteriormente unos ruidos que me extrañaron, sin saber de donde provenían ni qué lo había producido. "Seguramente sea cualquier maquinaria pensé. Nadie debió percatarse de ello, y a buena cuenta resulta ya que todos ellos seguían con sus gracias...

?¡Schhh! ?Chispeó Dani?. Lo enterraron.., ?y cuando parecía que el asunto del espantapájaros iba a ser resuelto, aunque a mí más que expectante estaba espantado de tanta sarta cómica, Sonia sin intención aparente así que fue esporádicamente contradiciendo a Dani, soltó un grito que retumbó en el inmenso corredor.

Yo me volví y contemplé que había varios trabajadores del metro, el cual uno de ellos estaba agarrando a Sonia. Estuve a punto de decir "¡Suéltala! ¡Que esa cazadora es mía!" pero me callé. Pensé ya nos han pillado. Cerrado como estaba ya el metro a estas horas y encima sin billete.

Imaginé que eran trabajadores por la ropa de servicio que llevaban. Lo que me extrañó de ellos es que sus cabezas no eran tales cabezas de unos hombres, sino la de unos lobos. ¡Hombre, claro! Hubo un momento de histeria colectiva. Ana y Eva gritaban opuestamente a ellos que no articulaban palabra. No podría decir el número que eran exactamente o aproximado, eso sí, eran bastantes mas que nosotros seis. ¿O quizás no? Todo parecía confuso, nublado.

 
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de Juan Carlos Nevado Sendarrubias

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