Pero la vitalidad y la perfectibilidad de que están dotadas
todas las razas o ramas de la especie humana, no permite dudar de que el término
final de ese movimiento cederá en bien de mejores destinos para la humanidad
entera.
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Si América tiene, por su condición desierta, una acción
retardataria, es evidente que, por esa misma causa, tiene otra acción favorable
al desarrollo del hombre en sus mejores calidades de tal.
Así, las peores inmigraciones de la Europa en América, hasta
las inmigraciones de criminales, de ignorantes y de corrompidos, se transforman
y mejoran por el hecho de pasar a un mundo cuyas condiciones de abundancia les
impone y les facilita un género de vida más conforme a los buenos instintos
naturales de que está dotado todo ser racional y libre.
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El tipo de nuestro hombre sudamericano -lo dije en las BASES-
debe ser el hombre formado para vencer al grande y agobiante enemigo de nuestro
progreso: el desierto, el atraso material, la naturaleza bruta y primitiva de
nuestro continente.
He ahí el arsenal en que debe buscar Sud América las armas para
vencer a su enemigo capital.
Hacer en vez de eso, de un hombre una destructora máquina de
guerra, es el triunfo de la barbarie; pero hacer de una máquina un hombre que
trabaja, que teje, que transporta, que navega, que defiende, que ataca, que
ilumina, que riega los campos, que habla de un polo a otro, como hablan dos
hombres juntos, es el triunfo de la civilización sobre la materia, triunfo sin
víctimas ni lágrimas, porque los vencidos no son otros que nobles soberanos que
conservan todo su inmenso poder; y sólo parecen someterse al hombre
graciosamente como en testimonio de admiración simpática por la majestad de su
genio.