Esto es con respecto a la distribución de la población que se
forma por la inmigración espontánea, pues en cuanto a la que crece por la
colonización, la distribución en el sentido de su descentralización es más fácil
todavía, por el poder de la ley.
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Sumamente curiosa es la acción recíproca de los dos mundos en
la marcha y desarrollo de la civilización y especialmente de la
sociabilidad.
Dos aguas de distinta claridad, que se mezclan y confunden,
pueden ser la imagen expresiva del fenómeno a que aludimos. Si un tonel de agua
limpia y clara es vertido en otro de agua turbia, el efecto natural será que el
agua turbia quedará menos turbia y el agua limpia menos limpia.
Lo que con estas aguas, sucede con los pueblos de ambos mundos.
Las inmigraciones europeas en América producen un cambio favorable en la manera
de ser de la población americana con que se mezclan, pero es a precio de recibir
ellas mismas una transformación menos ventajosa por el influjo del pueblo
americano. Todo emigrante europeo que va a América, deja allí su sello de
civilización; pero trae, en cambio, el sello del continente menos
civilizado.
Así Europa ejerce en América una acción civilizadora, al paso
que América ejerce en Europa una reacción en sentido opuesto.
Esto sucede en el hombre, como sucede en los animales. Se ha
notado que los animales domésticos llevados de Europa, recuperan en América su
tipo y su índole primitivos y salvajes.
La acción de esta doble corriente cada día es más poderosa y
activa, y forma una especie de remolino en que se revuelven las democracias
modernas sin poderse definir ni dar una dirección determinada.
Como desierto, el nuevo mundo tiene una acción retardataria y
reaccionaria en el antiguo. En política, por ejemplo, la federación americana,
que no es sino la feudalidad de su edad media, está produciendo en Europa, por
la acción de su ejemplo, un retroceso de sus estados unitarios hacia la vieja
descentralización de la edad media.