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I

En el generoso comedor de su estancia almorzaba una mañana, alegremente, don Jerónimo Valladares, con su esposa y sus hijitos. Un peón le trajo una carta que llegaba por el correo de Buenos Aires. El estanciero la abrió, la leyó, y dijo distraídamente a su mujer:

-Es de mi primo Perico Peralta. Cargado de deudas é incapaz de hacerse su sitio al sol, me pide permiso para venir a la estancia, a trabajar por cualquier cosa, aunque sea sólo por casa y comida...

-Buen inútil es tu primo Perico -repuso la señora de Valladares. -Nunca ha servido para nada...

-Convenido. Es un pobre de espíritu, un raquítico de cuerpo y de alma... No mata una mosca: Pero, ¿cómo quieres que yo le niegue hospitalidad? Tendré que recibirlo y trataré de darle trabajo.

Con su buen sentido de siempre, la señora de Valladares observó a su marido:

-Recíbelo y dale casa y comida, ya que no puede hacerse otra cosa... Es tu deber, puesto que fue siempre tan amigo tuyo ese, muchacho... No me opongo. Sólo te advierto, que me parece imprudente darle el menor trabajo... Házle comprender que lo recibes por caridad. ¿En qué podría él ayudarte?...

-Tal vez como administrador o cajero...

-¡En eso menos que en nada debes ocuparlo!.. ¡Ahora, para luchar con los peones, se necesitan hombres valientes, y, por lo que tú mismo me has dicho, Peralta tiene de todo menos de valiente...

Uno de los chicos interrumpió aquí a su madre para pedir «otro choclo»... Hízosele, servir lo que pedía... Y Valladares, mientras un muchacho espantaba las moscas alrededor de la mesa con una pantalla, asintió a las observaciones de su mujer.

-La verdad es que Perico ha sido siempre el hombre más miedoso. Aunque fanfarrón y burlón, rehuía cualquier lance... Más de una vez huyó cuando se le amenazaba... En el colegio, todos, hasta los maestros, le llamaban «Perico el gallina»... En su casa tenía miedo hasta de sus hermanitos más chicos, a quienes, sin embargo, daba frecuentemente bromas pesadas, como uno que yo me sé...

Sintiéndose aludido, Jeromín, el hijo mayor de Valladares, un personaje, de nueve años, púsose encarnado y respondió con altivez:

-¡Pero yo no tengo miedo de nadie!

Los demás chicos repitieron sucesivamente:

-Ni yo... ni yo... ni yo...

Y Ramonillo, el menor, un pulgarcito de tres años, opinó en su media lengua:

-Ese Pezico es un zonzo.

Riéronse los esposos Valladares de la sentencia inapelable de Ramonillo, y, aunque le reprendieron, estaban bien convencidos de que tenía razón...

 

 

II

A los pocos días de anunciarse llegó a la estancia Perico Peralta. Era un mocito de unos veinticinco años, aunque apenas los representaba, pálido, enfermizo, de baja estatura, rostro completamente afeitado, espalda encorvada y el andar triste y macilento de un vencido de la vida. Su primo Jerónimo le recibió amistosamente; mas se negó a darla trabajo alguno, so pretexto de que tenía su personal completo.

La situación se hacía incómoda para Peralta. Él comprendía que iba a abusar de la hospitalidad de su pariente... Por eso insistió en que Valladares le buscara algún puesto entre sus muchas relaciones...

Valladares pensó entonces lo que se piensa siempre en la República Argentina cuando se quiere dar colocación a un inservible, esto es, en recomendarlo para un empleo oficial, ¡hacerlo un servidor del Estado!...

-Hombre, se me ocurre una idea -le dijo. Por estos pagos no hay policía... Yo ando bien con el Gobierno de la provincia... Pediré que te nombren comisario, con un buen sueldo...

-¡Comisario yo! -exclamó Perico asustadísimo, ante la perspectiva de desempeñar en la campaña tan peligrosas funciones...

La señora y los chicos de Valladares, que escuchaban el diálogo, asombráronse a su vez... Pero Valladares tranquilizó a todos, diciendo a su primo:

-Serás un comisario in partibus. Este rincón de la provincia es un desierto, despoblado, hasta de malhechores... Seguirás viviendo en casa, sin más trabajo que cobrar el sueldo... ¿Qué te parece? Perico reflexionó un momento y luego repuso:

-Si tú me aseguras que no tendré nunca que habérmelas con mala gente... y que podrá continuar acompañándote en tus trabajos...

-Te lo aseguro.

-Entonces, no tengo inconveniente... en cobrar ese sueldo...

 

III

Una semana más tarde llegó el nombramiento de comisario para el señor Pedro Peralta. Y durante los primeros meses las cosas pasaron como lo pronosticó Valladares: el cargo no requería otro trabajo que cobrar el sueldo... En el «partido» aquel, sus pocos pobladores de significación, unos cuantos estancieros, vigilaban personalmente el orden sin recurrir a la autoridad policial, cuya ausencia é incapacidad eran harto conocidas.

... Un buen día, un ancho sobre «de oficio» vino a turbar la tranquilidad del comisario in partibus. Era un parte del jefe de policía de la provincia en el cual se comunicaba al comisario Pedro Peralta que, en su jurisdicción, se había refugiado el bandido José Riera, a quien había de buscar y prender sin pérdida de tiempo...

Al leer la fatal misiva, púsose el comisario pálido de terror... ¿Cómo iba a atreverse él, Perico Peralta, a perseguir ese bandido formidable, a quien la leyenda rodeara con el prestigio de invencible?...

Valladares vino otra vez en su ayuda. Despachó al chasque que llevara la comunicación oficial, y se ofreció a acompañar a su primo en la pesquisa, con un par de peones diestros y guapos.

-Todo ha de reducirse -dijo -á recorrer las pulperías del partido y preguntar en cada una si no anda por allí José Riera, que ya se habrá puesto a buen recaudo... Ten por seguro, Perico, que no lo encontraremos... Terminada nuestra jira, contestarás al jefe de policía que, el bandido no debe estar en tus dominios, porque no lo has podido hallar ni vivo ni muerto.

Acompañado de Valladares y sus peones, Peralta se puso al siguiente día en campaña, recorriendo varias pulperías. En todas partes preguntaba: ¿No han visto ustedes a José Riera?

Al oír el terrible nombre, el pulpero se estremecía y contestaba invariablemente que no.

Recorridas ya casi todas las pulperías del pago, Valladares, fue llamado a la estancia por un trabajo urgente.

-Anda no más -díjole Perico, que había cobrado confianza. -Mi misión no es tan peligrosa. Ya me entiendo yo solo...

Fue así que, Valladares dejó a Peralta con sus peones cuando estaba por terminarse la pesquisa... Todavía interrogó el comisario infructuosamente dos pulperías más, hasta que llegó a la última que lo quedaba por visitar...

 

 

 
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