Lo que se ha dicho de la vanidad,
que se coloca donde puede, es aplicable a otros defectos: la actividad
de la mujer, imposibilitada de emplearse en cosas grandes, se emplea en las
pequeñas, sin que tal vez éstas tengan para ella un atractivo especial; juzgando
por el resultado, se hace subjetivo lo que es objetivo, y no
se ve que lo pueril no está exclusiva mente en la cosa que halaga la vanidad,
sino en la vanidad misma, que puede ser tan frívola buscando aplausos para un
discurso en el Parlamento, como para un rico traje de última moda. No hemos
asistido (ya se comprende) a ninguna recepción de Palacio; pero hemos visto a
veces en la calle a los que a ellas iban, y bajo el punto de vista de la
frivolidad, no nos parecía que hubiese diferencia esencial entre las bandas, las
cruces y los bordados de los hombres, y los encajes, las cintas y las flores de
las mujeres.
Dejando al tiempo que resuelva las
cosas dudosas, lo que nos parece cierto es que los esfuerzos deben dirigirse a
satisfacer las necesidades más apremiantes, y que la más apremiante necesidad de
hoy, para el hombre como para la mujer, es la educación, que forma su carácter,
que los convierte en persona. La persona no tiene sexo: es el cumplimiento del
deber, sea el que quiera; la reclamación de un derecho, sea el que fuere; la
dignidad, que puede tenerse en todas las situaciones; la benevolencia, que, si
está en el ánimo, halla siempre medio de manifestarse de algún modo.
Pensamos, por lo tanto:
Que la educación debe ser la misma
para el hombre que para la mujer;
Que es más urgente aún respecto a la
mujer, porque, siendo para ella la personalidad más necesaria, está más
combatida por las leyes y por las costumbres;
Que la falta de personalidad es un
obstáculo para su instrucción y, adquirida, para que la utilice;
Que, por más que se ilustre, si no
se educa, si no tiene gravedad y dignidad, si no es un carácter, una persona,
aun los que sepan mucho menos que ella procurarán y hasta lograrán hacerla pasar
por marisabidilla;
Que no hay más que un medio de que
las mujeres sean respetadas, y es que sean respetables: lo cual no se conseguirá
con sólo tener instrucción si no tiene carácter. Hay momentos y países en que la
cuestión, como suelen serlo las sociales, es circular; a la mujer no se la
respeta porque no es respetable, y no es respetable porque no se la respeta.
Cuando esto sucede, es difícil, pero no imposible, que la mujer se blinde, por
decirlo así, con una sólida personalidad; pero si lo consigue ha de dar por bien
empleado el trabajo que le costó, y sabrá cuánto vale tener en sí algo
que no esté a merced de nadie.
Como, en nuestra opinión, no debe
haber diferencias esenciales entre la educación del hombre y de la mujer, las
relaciones en la esfera educadora han de ser necesariamente
armónicas.