Si alguna diferencia hubiere, no en
calidad, sino en cantidad de educación, debiera hacer más
completa la de la mujer, porque la necesita más. No entraremos aquí en la
cuestión de si tiene inferioridades, pero es evidente que tiene
desventajas naturales; y agregando a éstas las sociales, que, aunque no
son tantas como eran, son todavía muchas, resulta que, si no ha de sucumbir
moralmente bajo el peso de la existencia, si no ha de ir a perderse en la
frivolidad, en la esclavitud, en la prostitución, en tanto género de
prostituciones como la amenazan y la halagan, necesita mucha virtud, es decir,
mucha fuerza, mucho carácter, mucha personalidad. La mujer, para ser persona, ha
menester hoy y probablemente siempre (porque hay condiciones naturales que no
pueden cambiarse), para tener personalidad, decimos necesita ser más persona
que el hombre y una educación que contribuya a que conozca y cumpla su
deber, a que conozca y reclame su derecho, a dignificar su existencia y dilatar
sus afectos para que traspasen los límites del hogar doméstico, y llame
suyos a todos los débiles que piden justicia o imploran
consuelo.
Esto no es pedir una cosa imposible,
puesto que hay mujeres de éstas en todos los pueblos civilizados, y en los más
cultos muchas. La educación de la mujer tiene un gran punto de apoyo en su
fuerza moral, que es grande, puesto que, en peores condiciones, resiste más a
todo género de concupiscencias e impulsos criminales. Verdad es que esto lo
niegan algunos autores, pero sin probar la negativa, porque no es prueba la
prostitución, cuya culpa echan toda sobre las mujeres, como si no fuera mayor la
de los hombres, por muchas causas que no debemos aquí analizar, ni aun
enumerar.
La fuerza moral de la mujer se
revela en la mucha necesaria para el cumplimiento de sus deberes que exigen una
serie de esfuerzos continuos, más veces desdeñados que auxiliados por los mismos
que los utilizan. Cuando el hombre cumple un deber difícil, recibe aplauso por
su virtud; los de las mujeres se ignoran: sin más impulso que el corazón, sin
más aplauso que el de la conciencia, se quedan en el hogar, donde el mundo no
penetra más que para infamar; si hay allí sacrificio, abnegación sublime,
constancia heroica, pasa de largo: sólo entra cuando hay escándalo.
Se alega que la frivolidad
natural de la mujer es un obstáculo insuperable para darle una personalidad
sólida, grave, firme.
Confesemos humilde y razonablemente
que todo lo que decimos todos respecto a la mujer debe
tomarse, hasta cierto punto, a beneficio de inventario, es decir, a rectificar
por el tiempo; porque, después de lo que han hecho los hombres con sus
costumbres, sus leyes, sus tiranías, sus debilidades, sus contradicciones, sus
infamias y sus idolatrías, ¿quién sabe lo que es la mujer, ni menos lo que será?
Su frivolidad es natural, dicen, pero la afirmación parece más fácil que la
prueba. De todos modos, no por eso debe dejar de combatirse; natural es el robo
y se pena; las cosas se califican por buenas o por malas, y la mayor propensión
a éstas sólo indica la necesidad de medios más enérgicos para corregirlas. Pero,
hay que repetirlo, el natural de la mujer ha venido a ser un laberinto, cuyo
hilo no tenemos.