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Atrás quedaba para Dorothy, familiares y amigos de un lejano país convulsionado todavía en la búsqueda del acomodamiento económico y social producto de la Revolución Industrial. Eso y un poco más fue el impulsó que le hizo tomar y permitirse soñar con otras tierras en busca de realizaciones personales mejores. El Río color de León, se mostró por momentos nada amigable le hizo jurar a Dorothy no volver atravesar esta experiencia la que consideraba inapropiada y riesgosa. Se encontró así perdida entre las primeras calles del puerto cubiertas por piedras, adoquines y barro. El panorama era más que desolador. Todo a su alrededor despertaba asombro, no sólo por las diferentes lenguas que se escuchaban, sino por los modales y brusquedades que de pronto la atemorizaban. Una pariente amiga, después de una dificultosa caminata, a quién pudo localizar, la hospedó en una posada por un corto tiempo. La joven irlandesa carecía de la gracia típica de las descendientes españolas. Demasiado alta y delgada, con un vestido ceñido a la cintura de poco vuelo, el cabello rubio casi rojizo, algo corto y cubierto por un sombrerito pequeño, ocultaba parte de su cabeza, haciendo profundizar, aún más, el contraste con las damas lugareñas. Su estilo era demasiado protocolar y austero. Conocidos y compatriotas colaboraron para una pronta colocación como institutriz en casa de familia. Así llegó un día con toda la recomendación necesaria para Dorothy, a la casa de la familia Paz Quesada, quienes se proponían, darles a sus hijas mayores, el aprendizaje del idioma inglés tan bien visto y necesario para esos tiempos. En una de las reuniones sociales supo Augusto las tareas que desempeñaba Dorothy. Pensó entonces poder sumar en algunas clases a su hijo Santiago, con el fin principal de alejarlo de las exageradas influencias familiares.
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Consiga Sueños con audacia de Mónica Graciela Sosto en esta página.
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