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El empeño por llevar a Santiago a la estancia se veía enseguida abortado por la complicidad de las tías y la excesiva severidad que mostraba Augusto hacia su hijo. Esto los alejaba aún más.
El sueño de patriarca y hacendado, rodeado de familia, se alejaba convirtiendo ese deseo en algo muy lejano de conseguir.
Llegaron para entonces, a este Buenos Aires promisorio, señoritas venidas de Inglaterra, Escocia e Irlanda con el fin de un futuro mejor. Las mismas se colocaban en casa de familia como institutrices y desde ahí se ensamblaban en matrimonios convenientes.
Entre ellas se encontraba una joven irlandesa, con muchos sueños y algo de audacia, llamada Dorothy Smith.
Con escasos 18 años, un bolso y un puñado de libros, entre otras cosas, dejaban ver a simple vista su escaso conocimiento del idioma y de las costumbres por este lugar.
Soñaba con encontrar un joven protector que le proporcionara un muy buen pasar. Sabía de otras compatriotas que lo habían logrado y con ese entusiasmo se embarcó hacia estas lejanas tierras.
La travesía en general tranquila sin inconvenientes. El mar quedó atrás cuando el Galeón se acercó al Puerto de Buenos Aires. Por medio de una canoa a vela transportó a los viajeros hacia la orilla. Luego por medio de inmensos carros tirados por caballos, los acercaron hasta un muelle precario de madera. Desde ahí finalmente en fuertes brazos de jóvenes mozos pudo pisar tierra firme.
Este periplo en el desembarco se debía dos grandes dificultades; uno era la ausencia de canal natural impidiendo que los barcos con calado mayor se pudieran acercar debidamente y el otro factor era la carencia de un muelle firme que permitiera un desembarco adecuado.
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