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Caía la noche, en la intimidad del carruaje, las manos fuertes de Augusto buscaban las zonas hasta ahora prohibidas. Sus besos ardientes no daban tregua. Doris finalmente se aflojó y lo dejó hacer.
Cerca del alba, llegaron. Melchor que los esperaba junto a la mulata Romualda.
Supo que esta joven inglesita sería de ahora en más la señora de la casa grande.
Junto a Melchor ayudó a bajar y acomodar baúles y bolsos.
Melchor con tono grave y áspero los felicitó por el acontecimiento.
Doris no se atrevía a mirarlo, sentía algo parecido a la vergüenza. |
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