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Finalmente se durmió abrazada a su almohada, en busca de vaya saber qué calor humano. Los días que siguieron la encontraron ante la fecha de la boda, escribiendo largas cartas a sus padres y hermanos, realizando compras en diferentes tiendas, teniendo entrevistas con el sacerdote y finalmente escuchando a la negra Tomasa: —Una mujer casada debe saber querer, debe hacer esto y aquello, además hay cosas que las señoras no deben permitir… De todos sus consejos sólo uno le importaba. Necesitaba aprender amar y saber querer sin recelos. Llegó el día y cuando se miró reflejada en el gran espejo vestida de novia con un gran velo que le cubría la cabeza hasta los hombros… lloró con angustia. La soledad de familia se hizo presente. La necesidad de su madre, de sus hermanos, de sus amigos comenzó a cobrar mayor importancia. Del brazo del joven Santiago, que vestía como un señorito, bajó las escaleras y ahí estaba Augusto esperándola. Ante un sencillo altar, armado en la sala principal, junto al anciano sacerdote amigo de la familia del futuro esposo, y muy pocos conocidos dijo “sí quiero” con voz casi susurrante. Un sencillo brindis acompañado de finas confituras hechas especialmente por la negra Tomasa, selló el acontecimiento. Ahora era la Señora de Augusto del Río Mayor, pensó y sintió que todo giraba a su alrededor. Entonces la fortaleza de los brazos de Augusto, una vez más la sostuvieron. Al finalizar la tarde un coche los esperaba para dirigirse a la estancia. Ahí transcurrirían los días siguientes. El viaje a Irlanda, tan esperado, lo dejarían para más adelante, así lo prometió Augusto.
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Consiga Sueños con audacia de Mónica Graciela Sosto en esta página.
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