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El sueño la venció pronto. Muy temprano a la mañana desayunaba en la galería frente a Augusto. Los peones cada uno ocupando en su tarea casi no se los escuchaba. Melchor se acercó de pronto preguntando si necesitaban algo del pueblo ya que iba en busca de cosas “para la gente”. Así se refería Melchor cuando hablaba de los demás trabajadores del campo. —Vaya nomás, Melchor, y gracias —se apuró a decir Augusto. —¡Ah! me olvidaba, los muchachos han pensado en armar un pequeño agasajo para el joven Santiago y para la Miss. —Muy lindo gesto, ahí estaremos —concluyó con evidente molestia Augusto. Ya solos nuevamente, Dorothy comentó que era muy beneficioso que Santiago se relacionara con todo ese mundo al que le tenía algo de aprensión, según lo había manifestado sin querer, alguna vez. Augusto sólo asintió, no muy convencido. Terminado el desayuno se prepararon para caminar hacia la huerta, después, hacia la quinta de árboles frutales desde donde se veían las manzanas y limones listos para cosechar. En el establo, una chancha despreocupada daba de mamar a seis pequeños cerditos, a un costado los caballos permanecían serios y curiosos en sus respectivos lugares. Afuera, pegado al establo, el gallinero con patos y gansos convivían junto a un espejo de agua que era un pequeño e improvisado estanque. A un costado un sendero, los eucaliptos señalaba el camino al pueblo. Augusto siempre a su lado le presentaba todo lo que iba apareciendo relatando anécdotas y curiosidades. Entre las cosas que maravillaron a Dorothy fue un grandísimo árbol en el medio de una llanura verde. Se trataba de un ombú, le comentó Augusto, explicando que es propio de estas regiones llamadas pampa. Supo después que era una hierba gigante producto de otros muy lejanos tiempos.
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