https://www.elaleph.com Vista previa del libro "Sam Dori " de Ytalo Donadelli (página 3) | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Viernes 03 de mayo de 2024
  Home   Biblioteca   Editorial   Libros usados    
¡Suscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
Páginas 1  2  (3) 
 

Para el momento, las reglas y el orden, prácticamente no existían. Largas y cruentas luchas acabaron con todo en los países implicados, unos más que otros estaban poco menos que destruidos.
El hambre ?ese castigo horrible y perenne? azotaba sin piedad pueblos y ciudades. Los servicios sanitarios y energéticos habían colapsado, las enfermedades y epidemias estaban a la orden del día, las industrias destruidas, las arcas de los estados vacías, lo que impedía acometer cualquier plan restaurador. Se mendigaba ayuda al exterior.
Ante este horrible caos resultante, algunos países sudamericanos abrieron sus puertas a los desplazados, refugiados y víctimas de la pelea. Necesitaban médicos, ingenieros, constructores, agricultores, gentes capacitadas para tratar de salir de la inmensa pobreza, ignorancia y subdesarrollo crónico en que históricamente estaban sumidos.
Vieron que la historia les presentaba una oportunidad que debía aprovecharse. La gente en Europa, cansada de contiendas y persecuciones, estaba dispuesta a marcharse al mismísimo infierno. Veían sus tiempos como los más desgraciados que le hubo tocado vivir al mundo contemporáneo.
La tierra de Sam Dori no podía escapar a las influencias que el gran desastre estaba ocasionando. Uno primordial era la llegada de tantas personas de razas diferentes a un país en donde la gran mayoría de los pobladores eran mestizos, negros, indios y unos cuantos blancos, pero los genes y caracteres criollos, su estirpe, se mezclaron sin importar mucho.
Así la tierra pariría unos hijos a quienes marcaría con indeleble sello: colores y rasgos para escoger.
De temperamento inestable, inescrupulosos, contradictorios, salvajes, crueles, románticos, en fin, una mezcla de todo lo bueno y lo malo del ser humano.
Todos eran el producto de una generación, de un período histórico trastornado.
?Pero ¿qué otra cosa podía esperarse de gentes nacidas y criadas en medio de valores que se desmoronaban sin que existieran sustitutos? Hijos de dos guerras mundiales, que ahora entendían claramente cómo todo lo aprendido y desarrollado como civilización en años de historia, ahora, de nada servía.
Sus religiones, su educación y cultura, no mitigaban el hambre, no moderaban los instintos sanguinarios y salvajes del ser humano.
Los estúpidos sueños de fraternidad en donde se veía al ?ciudadano del mundo? hablando el Esperanto y conversando plácidamente a las orillas de un hermoso río, la caridad, la compasión y la benevolencia, todo se había ido a la mierda, porque no tenía otro sitio adónde ir.
Gente sin valor y sin alma. Locos, simplemente locos, tocados de la mollera, que sólo traían en sus oídos dos ruidos que le retumbaban incesantemente: el de sus tripas vacías y el de las bombas y cañones.
Así, desorientados, desvariando, sufriendo dolores y penurias de todo tipo, se fueron dispersando por la geografía del nuevo mundo, acomodándose como mejor podían, comiendo lo que conseguían. Una Pepsi Cola con un pan se hizo la comida más frecuente entre ellos.
Quienes se arriesgaban, adentrándose más en los montes y selvas, debían adaptarse a comer productos nativos, extraños, desconocidos para sus paladares. Así, muchos enfermaron y murieron, quedando sus cuerpos enterrados en cualquier sitio, lejos de su tierra.
Ahora sabían que no significaba lo mismo estar constipado en Europa, que coger una amibiasis en el trópico. Tres días cagando y vomitando sin parar, lleva al más fuerte y valiente a la tumba.
El paludismo, ese mal trasmitido por un inocente animalito llamado anofeles, tenía en estos señores de piel blanca un auténtico manjar.
Con una veintena de pequeñas picadas y ya caían postrados, sudando a mares, delirando y con una fiebre tan alta que los pobres no pasaban de los tres días.
Cuando alguien decía: ?¡A Zutanejo le pegó la fiebre!?, ya podían ir cavando el hoyo y haciendo el cajón.
Pero esta gente era dura, resistente y tozuda. Pasado algún tiempo, las cosas fueron mejorando para los recién llegados y comenzó a verse la prosperidad.
Los hombres de cualquier condición o estado civil se fueron uniendo, arrejuntándose con las nativas. Hermosas y dulces morenas, atractivas, jóvenes, sensuales, sin prejuicios y fáciles de enamorar.
Muchas de ellas incultas, analfabetas, cargadas de hijos sin padre, tripudos y con hambre, vieron en aquellos trabajadores y peludos hombres una tabla de salvación, una ayuda a su precaria condición.
Muy distintos eran a los hombres nativos, enemigos del trabajo y del orden, que sólo andaban pendientes de beber aguardiente, bailar, juegos de envite y preñar mujeres.
Estos extranjeros ?como históricamente se repite?, no se imaginaron que al despertárseles la lujuria y al dar rienda suelta a sus apetitos sexuales, iban a ir poblando al país de otra raza, de otro tipo de seres mestizos que no eran ni lo uno ni lo otro. Estaba naciendo el verdadero Nuevo Mundo.

 
Páginas 1  2  (3) 
 
 
Consiga Sam Dori de Ytalo Donadelli en esta página.

 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
Sam Dori  de Ytalo Donadelli   Sam Dori
de Ytalo Donadelli

ediciones deauno.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.

 



 
(c) Copyright 1999-2024 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com