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Ahora, repuesto el líder alemán, a sus ansias de recuperar las tierras, la
riqueza y la dignidad que el Tratado de Versalles le despojó, se sumó el
espíritu de venganza contra toda la Europa que los había humillado y el deseo de
dominar al mundo. Habían transcurrido escasos veintiún años de haber
terminado una sangrienta guerra, que aún dejaba ver heridas sin sanar, cuando ya
estaba comenzando la otra. La gran conflagración, con su terrible caos y
destrucción, hizo posible que la sociedad se develara tal como realmente era. La
naturaleza humana, en su más genuina expresión quedó al descubierto en su
sentido moral, espiritual, ético y religioso. Los sentimientos más crueles,
los instintos atávicos, el salvajismo, la maldad, la codicia, el orgullo y todos
los caracteres naturales que se habían querido ocultar y enmascarar durante
años, afloraron como nunca. Allí estaba la obra de arte de la creación, el
ser destinado a dominar a los demás seres vivientes, haciendo gala de sus
facultades innatas y sobresalientes. Mejoró el arte de matar de lejos, de
cerca, con balas, cuerpo a cuerpo. Ingenió las muertes colectivas con bombas,
cohetes y cámaras de gas. Inventó infinidad de maneras de asesinar y destruir
desde el aire, el agua o la tierra. Descubrió el poder del átomo y le agregó
el componente de su maldad. Aprendió y desarrolló nuevas formas de torturas para
martirizar a los de su misma especie y se aplicó a disfrutar del espectáculo de
ver padecer el dolor y de angustia más terrible a sus semejantes al contemplar
cómo morían. Sexualmente se destapó y todos los actos imaginables o no entre
humanos, sin importar el género, se hicieron comunes entre hombres, mujeres,
hombres con niños, todo era permitido y todo se cometía, no solamente por los
grandes y poderosos sino también las demás clases sociales incurrían en
atrocidades que eran toleradas y hasta bien aceptadas. De repente, la guerra
terminó. Nadie sabía cómo o por qué, pero un buen día la radio y los periódicos
lo anunciaron: "La paz ha llegado. Fin de la Guerra". Parecía que muchos no
querían esto y por lo tanto, no lo esperaban. Daba la impresión que a
ciertas personas les agradaba la guerra y que estaban haciendo lo propio para lo
cual fueron creados. La guerra los mantenía ocupados, tanto de mente como de
cuerpo y espíritu. Cada día era un verdadero nuevo amanecer y como tal se
valoraba, cada cual tenía su papel asignado. Tanto las víctimas como sus
victimarios sabían para qué estaban ahí. No había lugar para la duda ni la
esperanza, causantes estas de tantos males que han azotado la humanidad. El
mundo entero ahora, simplemente, no sabía ni a donde ir ni qué hacer.
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