En la estupefacción general, observó la voz agria de la mayordomo:
-Usted dirá los pichones de ganso; pero los cisnes, los cisnes...
-¡No digo los pichones de ganso, digo los cisnes, señora! -afirmó Juanillo dignamente.
- En todo caso -observó la mayordoma, no necesitaba usted haber muerto todos los cisnes; con uno le bastaba, porque son bien grandes...
- Claro...
- Claro...
- Claro... -fueron repitiendo en coro, uno por uno, los nuevo vástagos del mayordomo...
-¡Pues no! -concluyó
fieramente Juanillo. -Me gustan mucho y quiero comérmelos todos, esta misma noche. ¿Ha oído? ¡Todos!...
La cocinera, una criolla vieja, clamó, santiguándose espeluznada:
-¡Avemaría Purísima!
-¡Avemaría!...
-¡Avemaría!...
-¡Avemaría! .-exclamaron otra vez, uno por uno, los hijos del mayordomo.