Y, temiendo que Juanillo fuera el ogro de los cuentos y los devorase también a ellos, escondiéronse los menores detrás de los mayores. Formaron así una larga hilera, como cuando jugaban al Martín Pescador...
Cortando la escena de temores y aspavientos, Juanillo ordenó terminantemente: -¡Esta noche quiero que me sirvan, muy bien aliados, los cuatro cisnes y el ganso! ¿Comprenden? ¡No admitiré disculpas!
Y se retiró majestuosamente, ante un público boquiabierto y aterrorizado...
En la vida monótona de aquellas pampas la tremenda noticia circuló bien pronto. ¡El ahijado del patrón se comería esa noche, como quien se bebe un vaso agua, cuatro cisnes y un ganso viejo! Había que ir a verlo comer, esa era la palabra de orden en la estancia y sus alrededores.
Llegada la hora, el infeliz Juanillo fue a sentarse, como de costumbre, solo ante la mesa de los amos. En las ventanas y puertas del comedor pululaban en enjambre cabezas ávidas de curiosidad... Los chicos lloraban porque los grandes no las dejaban ver... Las mujeres empujaban y codeaban a la par de los hombres...
Juanillo desplegó la servilleta con toda tranquilidad; estaba solamente un poco pálido. Y la cocinera sirvió la sopa, como siempre... Mientras Juanillo tomaba unas pocas cucharadas, los curiosos se comunicaban sus impresiones:
-¡Quién lo diría, al verlo tan flacuchin!...
-¡Y la sopa no estaba en el programa!...