Pidió pues prestada al mayordomo su
escopeta, encaminóse al estanque, y, con el corazón sangrando, a una vara de distancia, ¡pam! asesinó el primer cisne que saliera a recibirlo, esperando la consabida migaja de pan... ¡Inútil sacrificio! El humo de la pólvora y la emoción del primer disparo le impidieron observar la muerte instantánea de la víctima...
Apuntó de nuevo, ¡pam! y
cayó otra víctima... Acercóse a mirarla, ¡y ella
resultó un ganso viejo!... Otro tiro, ¡pam!... Esta vez cayó un cisne, que, como conservaba vida, fue a morirse en la maleza, escapando así a la mirada del cazador... Otro tiro, ¡pam!... Un nuevo cisne muerto, muerto como una gallina, sin un graznido, sin un ronquido siquiera... ¡Debía ser un cisne hembra! Y como convenía observar más bien el sexo generalmente cantor de las aves, otro tiro, ¡pam! y fulminó el último cisne, un cisne macho, sin duda, pero cuya muerte no lo ilustró más que las otras... ¡Ya no le quedaba ningún otro por matar!
A los disparos acudió gente: el mayordomo, su mujer, sus nueve hijos, el capataz, la cocinera, varios peones... Todos contemplaban consternados los cinco cadáveres inocentes...
-¡Pero, don Juan! -exclamó el mayordomo sin poderse contener. -¡Ha matado usted todos los cisnes!...
-Y un ganso viejo -apuntó la cocinera.
-¿No sabe usted que la señora vive mirándose en ellos? -continuó quejumbrosamente el mayordomo.