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II

Dijo por esto en su casa que tenía que irse a la estancia de su padrino, en Pehuajó, a hacer importantes estudios. Asintieron inmediatamente a ello su padre, su madre, su tía y su abuelita, y su padrino le dio una carta para, don José, el mayordomo, ordenando que pusiese a sus ordenes cuanto necesitase y pidiese.

En la estancia de Pehuajó, Juanillo se paso días enteros observando las dos parejas de domésticos cisnes que poblaban, con varios gansos, un diminuto estanque bordeado de llorones sauces. Como siempre les llevaba migas de pan en el bolsillo, los cisnes, y hasta los gansos, llegaron a conocerlo y a seguirlo.

Allí, a la sombra de los árboles, en las horas muertas de la meditación, recordó la hermosa leyenda del canto del cisne. El cisne, esa ave armoniosa y blanca, siempre en la mudez del misterio, canta sólo al morir, una canción de celeste belleza... Esta leyenda le sugirió a Juanillo un interesante argumento para su cuento-poema. Podía presentar al cisne como la imagen del Poeta, que cantando rinde su alma al infinito. Cierto que los poetas escriben generalmente sus mejores composiciones en la juventud, y que muchas veces mueren vicios, con la lira destemplada o enmudecida... Pero, ¿qué le importaba eso a Juanillo si el símbolo era bello?

Resolviéndose a escribir su cuento bajo el epígrafe de "El Canto del Cisne", pensó que sería conveniente "experimentar" la muerte de un cisne verdadero, pues el nunca vio morir ninguno. Bien sabia, naturalmente, que los cisnes no cantan al morir; pero pensaba, con mucha razón, que toda leyenda responde a sus causas... El cisne, aunque no cantase, podía tener, su agonía especial, su estertor, sus actitudes plásticas... Todo ello, visto y analizado personalmente, iba a sugerirle interesantes ideas poéticas. Además, su sentimiento al ver morir tan nobles animales, ¿no era ya una sensación digna de cantarse en primorosa prosa?

 
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El canto del cisne de Carlos Octavio Bunge   El canto del cisne
de Carlos Octavio Bunge

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