-En el tribunal de la Audiencia.
Y replicó:
¿Y dónde juzgarán al fiscal?
Cuando paseaba apoyado en un gran bastón, se diría que su paso
esparcía por donde iba luz y animación. Los niños y los ancianos salían al
umbral de sus puertas para ver al obispo. Bendecía y lo bendecían. A cualquiera
que necesitara algo se le indicaba la casa del obispo. Visitaba a los pobres
mientras tenía dinero, y cuando éste se le acababa, visitaba a los ricos.
Hacía durar sus sotanas mucho tiempo, y como no quería que
nadie lo notase, nunca se presentaba en público sino con su traje de obispo, lo
cual en verano le molestaba un poco.
Su comida diaria se componía de algunas legumbres cocidas en
agua, y de una sopa.
Ya dijimos que la casa que habitaba tenía sólo dos pisos. En el
bajo había tres piezas, otras tres en el alto, encima un desván, y detrás de la
casa, el jardín; el obispo habitaba el bajo. La primera pieza, que daba a la
calle, le servía de comedor; la segunda, de dormitorio, y de oratorio la
tercera. No se podía salir del oratorio sin pasar por el dormitorio, ni de éste
sin pasar por el comedor. En el fondo del oratorio había una alcoba cerrada, con
una cama para cuando llegaba algún huésped. El obispo solía ofrecer esta cama a
los curas de aldea, cuyos asuntos parroquiales los llevaban a D.
Había además en el jardín un establo, que era la antigua cocina
del hospital, y donde el obispo tenía dos vacas. Cualquiera fuera la cantidad de
leche que éstas dieran, enviaba invariablemente todas las mañanas la mitad a los
enfermos del hospital. "Pago mis diezmos", decía.
Un aparador, convenientemente revestido de mantelitos blancos,
servía de altar y adornaba el oratorio de Su Ilustrísima.
-Pero el más bello altar -decía- es el alma de un infeliz
consolado en su infortunio, y que da gracias a Dios.