"El hombre tiene sobre sí la carne, que es a la vez su carga y
su tentación. La lleva, y cede a ella. Debe vigilarla, contenerla, reprimirla;
mas si a pesar de sus esfuerzos cae, la falta así cometida es venial. Es una
caída; pero caída sobre las rodillas, que puede transformarse y acabar en
oración".
Frecuentemente escribía algunas líneas en los márgenes del
libro que estaba leyendo. Como éstas:
"Oh, Vos, ¿quién sois? El Eclesiástico os llama Todopoderoso;
los Macabeos os nombran Creador; la Epístola a los Efesios os llama .Libertad;
Baruch os nombra Inmensidad; los Salmos os llaman Sabiduría y Verdad; Juan os
llama Luz; los reyes os nombran Señor; el Éxodo os apellida Providencia; el
Levítico, Santidad; Esdras, Justicia; la creación os llama Dios; el hombre os
llama Padre; pero Salomón os llama Misericordia, y éste es el más bello de
vuestros nombres".
En otra parte había escrito: "No preguntéis su nombre a quien
os pide asilo. Precisamente quien más necesidad tiene de asilo es el que tiene
más dificultad en decir su nombre".
Añadía también:
"A los ignorantes enseñadles lo más que podáis; la sociedad es
culpable por no dar instrucción gratis; es responsable de la oscuridad que con
esto produce. Si un alma sumida en las tinieblas comete un pecado, el culpable
no es en realidad el que peca, sino el que no disipa las tinieblas".
Como se ve, tenía un modo extraño y peculiar de juzgar las
cosas. Sospecho que lo había tomado del Evangelio.
Un día oyó relatar una causa célebre que se estaba instruyendo,
y que muy pronto debía sentenciarse. Un infeliz, por amor a una mujer y al hijo
que de ella tenía, falto de todo recurso, había acuñado moneda falsa. En aquella
época se castigaba este delito con la pena de muerte. La mujer fue apresada al
poner en circulación la primera moneda falsa fabricada por el hombre. El obispo
escuchó en silencio. Cuando concluyó el relato, preguntó:
-¿Dónde se juzgará a ese hombre y a esa mujer?