Lejos de esto, como siempre hay abajo más miseria que
fraternidad arriba, todo estaba, por decirlo así, dado antes de ser
recibido.
Es costumbre que los obispos encabecen con sus nombres de
bautismo sus escritos y cartas pastorales. Los pobres de la comarca habían
elegido, con una especie de instinto afectuoso, de todos los nombres del obispo
aquel que les ofrecía una significación adecuada; y entre ellos sólo le
designaban como monseñor Bienvenido. Haremos lo que ellos y lo llamaremos del
mismo modo cuando sea ocasión. Por lo demás, al obispo le agradaba esta
designación.
-Me gusta ese nombre -decía: Bienvenido suaviza un poco lo de
monseñor.
III
Las obras en armonía con las
palabras
Su conversación era afable y alegre; se acomodaba a la
mentalidad de las dos ancianas que pasaban la vida a su lado: cuando reía, era
su risa la de un escolar.
La señora Magloire lo llamaba siempre "Vuestra Grandeza". Un
día monseñor se levantó de su sillón y fue a la biblioteca a buscar un
libro.
Estaba éste en una de las tablas más altas del estante, y como
el obispo era de corta estatura, no pudo alcanzarlo.
-Señora Magloire -dijo-, traedme una silla, porque mi Grandeza
no alcanza a esa tabla.
No condenaba nada ni a nadie apresuradamente y sin tener en
cuenta las circunstancias; y solía decir: Veamos el camino por donde ha pasado
la falta.
Siendo un ex pecador, como se calificaba a sí mismo sonriendo,
no tenía ninguna de las asperezas del rigorismo, y profesaba muy alto, sin
cuidarse para nada de ciertos fruncimientos de cejas, una doctrina que podría
resumirse en estas palabras: