Yo estaba sentado junto a él; mis rodillas, en su espalda. Entraba en el departamento un verdadero huracán. El tren corría a toda velocidad; sobre los yermos y terrosos desmontes resbalaba la mancha roja y oblicua de la abierta portezuela, y en ella, la sombra encogida del desconocido y la mía. Pasaban los postes telegráficos como pinceladas amarillas sobre el fondo negro de la noche, y en los ribazos brillaban un instante, cual enormes luciérnagas, los carbones encendidos que arrojaba la locomotora.
El pobre hombre estaba intranquilo, como si extrañase que le dejara permanecer en aquel sitio. Le di un cigarro, y poco a poco fué hablando.
Todos los sábados hacía el
viaje del mismo modo. Esperaba el tren a su salida de Albacete, saltaba a un
estribo, con riesgo de ser despedazado; corría por fuera todos los
vagones, buscando un departamento vacío, y en las estaciones
apeábase poco antes de la llegada, y volvía a subir después
de la salida: siempre mudando de sitio para evitar la vigilancia de los
empleados, unas malas almas enemigas de los pobres.
-Pero ¿adónde vas? -le dije-. ¿Por qué haces este viaje, exponiéndote a morir despedazado?
Iba a pasar el domingo con su familia.
¡Cosas de pobre! Él trabajaba algo en Albacete y su mujer servía en un pueblo. El hambre los había separado. Al principio, hacía el viaje a pie; toda una noche de marcha; y cuando llegaba por la mañana, caía rendido, sin ganas de hablar con su mujer ni de jugar con los chicos. Pero ya se había despabilado, ya no tenía miedo, y hacía el viaje tan ricamente en el tren. Ver a sus hijos le daba fuerzas para trabajar más toda la semana. Tenía tres: el pequeño era así, no levantaba dos palmos del suelo, y, sin embargo, le reconocía, y, al verle entrar tendíale los brazos al cuello.
-Pero ¿tú -le dije- no piensas que en cualquiera de estos viajes tus hijos van a quedarse sin padre?
Él sonreía con confianza.
Entendía muy bien aquel negocio. No le asustaba el tren cuando llegaba como caballo desbocado, bufando y echando chispas; era ágil y sereno; un salto, y arriba; y en cuanto a bajar, podría darse algún coscorrón contra los desmontes, pero lo importante era no caer bajo las ruedas.