-¿A qué habéis venido? Vamos a ver.
-A deciros que el señor conde de La Fere está en la Bastilla.
-No por vuestro gusto, a fe mía.
-Es verdad, Sire: pero está allí, y pues allí está, importa que
Vuestra Majestad lo sepa.
-¡Señor de D'Artagnan ¡estáis provocando a vuestro rey!
-Sire...
-¡Señor de D'Artagnan! ¡estáis abusando de mi paciencia!
-Al contrario, Sire.
-¡Cómo! ¿al contrario decís?
-Sí, Sire: porque he venido para hacer que también me arresten
a mí.
-¡Para que os arresten a vos!
-Está claro. Mi amigo va a aburrirse en la Bastilla; por lo
tanto, suplico a Vuestra Majestad me dé licencia para ir a hacerle compañía.
Basta que Vuestra Majestad pronuncie una palabra para que yo me arreste a mí
mismo; yo os respondo de que para eso no tendré necesidad del capitán de
guardias. El rey se abalanzó a su bufete y tomó la pluma para dar la orden de
aprisionar a D'Artagnan,
-¡No olvidéis que es para toda la vida! -exclamó el rey con
acento de amenaza.
-Ya lo supongo -repuso el mosquetero; -porque una vez hayáis
cometido ese abuso, nunca jamás os atreveréis a mirarme cara a cara,
-¡Marchaos! -gritó el monarca, arrojando con violencia la
pluma.
-No, si os place, Sire.
-¡Cómo que no!