-¡Yo! -exclamó el gobernador.
-¡Hombre! no parece sino que os toma de sorpresa. ¿Vos no lo
recordáis?
Baisemeaux, miró a Aramis, que a su vez le miró también a él, y
acabó por decir con tartamuda lengua:
-Es verdad... me alegro... pero... palabra... que no...
¡Maldita sea mi memoria!
-De eso tengo yo la culpa, -exclamó D'Artagnan haciendo que se
enfadaba.
-¿De qué?
-De acordarme por lo que se ve.
-No os formalicéis, capitán, -dijo Baisemeaux abalanzándose al
gascón; -soy el hombre más desmemoriado del reino. Sacadme de mi palomar, y no
soy bueno para nada.
-Bueno, el caso es que ahora lo recordáis, ¿no es eso? -repuso
D'Artagnan con la mayor impasibilidad.
-Sí, lo recuerdo,-respondió Baisemeaux titubeando.
-Fue en palacio donde me contasteis qué sé yo que cuentos de
cuentas con los señores Louvieres y Tremblay.
-Ya, ya. -Y respecto a las atenciones del señor de Herblay para
con vos.
-¡Ah! -exclamó Aramis mirando de hito en hito al gobernador,
-¿y vos decís que no tenéis memoria, señor Baisemeaux?
-Sí, esto es, tenéis razón, -dijo el gobernador interrumpiendo
a D'Artagnan, -os pido mil perdones. Pero tened por entendido señor de
D'Artagnan que, convidado o no, ahora y mañana, y siempre, sois el amo de mi
casa, como también lo son el señor de Herblay y el caballero que os
acompaña.