-¡Por lo que más amo!. . . -
murmuró el joven con una triste sonrisa.
- Sí - prosiguió el anciano -; por vuestros padres, por vuestros deudos, por las lágrimas de la que el cielo destina para vuestra esposa, por las de un servidor que os ha visto nacer.
-¿Sabes tú lo que más
amo en este mundo? ¿Sabes tú por qué daría yo el amor de mi padre, los besos de la que me dio la vida y todo el cariño que puedan atesorar todas las mujeres de la tierra? Por una mirada, por una sola mirada de esos ojos. . . ¡Cómo podré yo dejar de buscarlos!
Dijo Fernando estas palabras con tal
acento, que la lágrima que temblaba en los párpados de Iñigo se resbaló silenciosa por su mejilla, mientras exclamó con acento sombrío:
-¡Cúmplase la voluntad del Cielo!