-¿Qué valen todos los
generales de hoy, ni los emperadores todos, comparados con el marqués de
Sarriá? El marqués de Sarriá era partidario de la
táctica prusiana, que consiste en estarse quieto esperando a que venga el
enemigo muy desaforadamente, con lo cual este se cansa pronto y se le remata
luego en un dos por tres. En la primera batalla que dimos con los aldeanos
portugueses, todos echaron a correr en cuanto nos vieron, y el general
mandó a la caballería que se apoderara de un hato de carneros, lo
cual se verificó sin efusión de sangre.
-No, no ha habido en el mundo batallas
como esas, Sr. D. Santiago -dijo Santorcaz moderando su risa-; y si Vd. me las
cuenta todas, confesaré que las que yo he visto son juegos de chicos. Y
como desde aquella fecha ha conservado Vd. los hábitos de campaña,
y gusta tanto de conversar sobre el tema de la guerra, los vecinos le llaman el
Gran Capitán.
-Ese es un mote, y a mí no me
gustan motes -dijo doña Gregoria, que así se llamaba la mujer del
valiente expedicionario de Portugal-. Cuando nos mudamos aquí, y dieron
los vecinos en llamarte Gran Capitán, bien te dije que alzaras la mano y
regalaras un bofetón al primero que en tus propias barbas te dijera tal
insolencia; pero tú con tu santa pachorra, en vez de llenarte de coraje
se te caía la baba siempre que los chicos te saludaban con el apodo, y
ahora Gran Capitán eres y Gran Capitán serás por los siglos
de los siglos.