-España no se somete, no
señor, no se somete -exclamó de improviso el anciano quebrantando
el voto de su antes silenciosa prudencia, y levantándose de la silla para
expresar con frases y gestos más desembarazados los sentimientos de su
alma patriota-. España no se somete, Sr. D. Luis de Santorcaz, porque
aquí no somos como esos cobardes prusianos y austriacos de que Vd. nos
habla. España echará a los franceses, aunque los manden todos los
emperadores nacidos y por nacer, porque si Francia tiene a Napoleón,
España tiene a Santiago, que es además de general un santo del
cielo. ¿Cree Vd. que no entiendo de batallas? Pues sí: soy perro
viejo, y callos tengo en los oídos de tanto escuchar el redoblar de los
tambores y los tiros de cañón.
-No te sofoques, Santiago -dijo
apaciblemente la anciana-, que ya andas en los tres duros y medio y aunque yo
creo como tú que España no bajará la cabeza, no es cosa de
que te dé el reuma en la cara por lo que hable este mala cabeza de
Santorcaz.
-Pues lo digo y lo repito
-añadió el viejo soldado-. Venir a hablarme a mí de cuerpos
de ejército, y de brigadas de caballería y de cuadros...
-¿En qué batallas se ha
encontrado Vd.? -preguntó con sonrisa burlona Santorcaz.