-¡Esos países no tienen
vergüenza! -exclamó con furor D. Santiago Fernández,
levantándose otra vez de su asiento-. En Austria y Prusia habrá lo
que Vd. quiera; pero no hay un Valdesogo de Abajo, ni un Navalagamella.
Discretísimo lector: no te
rías de esta presuntuosa afirmación del Gran Capitán,
porque bajo su aparente simpleza encierra una profunda verdad
histórica.
Santorcaz soltó de nuevo la
risa al ver el acaloramiento de su amigo, cuyas patrióticas opiniones
apoyó de nuevo su esposa, hablando así:
-Aquí somos de otra manera, Sr.
de Santorcaz. Usted viviendo por allá tanto tiempo, se ha hecho ya muy
extranjero y no comprende cómo se toman aquí las cosas.
-Por lo mismo que he estado fuera
tanto tiempo, tengo motivos para saber lo que digo. He servido algunos
años en el ejército francés; conozco lo que es
Napoleón para la guerra, y lo que son capaces de hacer sus soldados y sus
generales. Cien mil de aquellos han entrado en España al mando de los
jefes más queridos del Emperador. ¿Saben Vds. quién es
Lefebvre? Pues es el vencedor de Dantzig. ¿Saben Vds. quién es
Pedro Dupont de l'Etang? Pues es el héroe de Friedland. ¿Conocen
Vds. al duque de Istria? Pues es quien principalmente decidió la victoria
de Rívoli. ¿Y qué me dicen de Joaquín Murat? Pues es
el gran soldado de las Pirámides, y el que mandó la
caballería en Marengo...